lunes, 3 de octubre de 2022

Pasiones del alma

¿Les pasó alguna vez que estuvieron tan inmersos haciendo algo que disfrutaban, que pasaron horas y horas sin darse cuenta, incluso olvidándose de comer, en vigilia sin tener una pizca de sueño? Quizás les sucedió mientras practicaban algo que les fascinaba, como una disciplina o deporte, o elaborando un proyecto en cada detalle, o dibujando, pintando, escribiendo, diseñando, etc.

Si lo recuerdan, podemos coincidir en que sentimos un agradable calor que nos recorría el cuerpo, también alegría, entusiasmo, inspiración, emociones propulsoras. Incluso pensar que podríamos hacer esa actividad todos los días, y que, aunque la hiciéramos como un trabajo, la haríamos totalmente gratis y con gusto, de tanto que la disfrutamos. Porque es amor, amor por el trabajo, nos llena, y no tenemos expectativas, sólo vivimos el presente, el hecho de estar haciéndolo es un fin en sí mismo. Los desafíos son tomados con interés y de buena gana, la búsqueda no se termina, sino que queremos llegar más y más profundo. Si dudan qué considerar una verdadera pasión en sus vidas, y no simplemente que les guste mucho hacer algo, coincidir con este párrafo podría ser una buena guía para ello.

Lo que es más impresionante, es cuando nuestra pasión se alinea con nuestros talentos, y entramos en lo que se llama “estado de flujo”. Simplemente deja de existir el mundo alrededor, e incluso la sensación de nuestro propio cuerpo, quizás sólo percibiendo la parte del mismo que es necesaria para hacer la actividad. No es intencional, no puede forzarse, sólo fluimos de forma natural como pez en el agua, y entramos en ese estado tan profundo y particular de plena atención y gozo, sin esfuerzo alguno, en el que todo sucede armonioso y bien. Hay algo de eso, de olvidarnos de nosotros mismos en ese momento, una ausencia del “yo”, y nos sentimos completamente serenos y enfocados, sin dudar, sólo haciendo, fluyendo, como si nuestro espíritu fuera el que tuviera la conexión directa con ese hacer, y si usáramos una herramienta o instrumento, que este fuera una extensión de nuestro cuerpo.

A veces las pasiones son puntuales, y se extinguen cuando cumplimos con la inspiración y el aprendizaje que conlleva. Otras se mantienen a lo largo de mucho tiempo, a veces toda la vida. Y también las hay las que se reinventan, se manifiestan de distintas formas, pero si prestamos atención y profundizamos, podemos comprobar que comparten la misma esencia, el mismo propósito, sólo que son distintas formas de acceder a esa experiencia. También puede ser que una nos lleve a la siguiente, como un hilo conector, que nos va aportando conocimientos graduales para ser luego más eficientes, como un material que se va tallando y puliendo para definirse y brillar.

Hay distintos grados y formas de experimentar las pasiones, pero sin dudas son esenciales para orientarnos y conectarnos con nuestro verdadero Ser, con nuestro propósito en esta vida. Optimizar nuestra energía y dedicarla a algo que realmente nos gusta, en lo que nos sentimos cómodos, y desarrollamos talento para ello. Cuando descubrimos una pasión, muchas veces empezamos a incorporarla como un pasatiempo, también a medida que la practicamos y desarrollamos, porque toda actividad y talento mejora con la práctica constante, y con ello ganamos seguridad y estamos más predispuestos a exteriorizar, a compartirlo con otros. Muchas veces, esa pasión evoluciona y se convierte en nuestra vocación, y buscamos trabajar (con ingreso económico) con ella. No hay nada más gratificante que poder trabajar y vivir de lo que uno más ama, levantarse todos los días con una sonrisa y mucho entusiasmo, porque sabemos que vamos a dedicarlo a algo que nos encanta hacer (y hasta lo haríamos gratis, y sin contar los minutos y horas de trabajo).

Aquí llamaría la atención a algo relacionado, que hay que revisar con honestidad. Que aquella actividad que hagamos y reconozcamos como una pasión, la hagamos sin ninguna expectativa de resultado o devolución del mundo exterior. Por ejemplo, si queremos hacer algo para llamar la atención de los demás, para obtener sus felicitaciones y apoyo, o que seamos muy permeables a la opinión ajena para hacerlo o modificarlo para contentarlos, en vez de hacerlo como una mejora de algo que realmente queremos. En ese caso, dejamos de ser auténticos, es nuestro ego el que está actuando y queriendo recibir una palmadita en la espalda, porque en el fondo nos sentimos inseguros y solos, necesitamos amor y atención, y la buscamos afuera. Esto se evidencia cuando deja de interesarnos nuestra pasión y perdemos fuertemente la inspiración en cuanto detectamos que se diluye el interés de los demás, o cambiamos abruptamente de dirección o nuestra valoración al respecto, según veamos “para dónde va la corriente”.

Cuando confiamos plenamente en lo que queremos hacer, qué mensaje queremos transmitir, cuál es nuestro objetivo, entonces realmente no nos va a importar seguir el interés o la aprobación ajena. Si alguien nos dice “no vas a llegar a nada con eso”, o “si haces esto otro le va a gustar a más gente” pero no nos entusiasma nada ese cambio, simplemente hacemos caso omiso, y confiamos en nuestro proyecto y lo seguimos hasta conseguirlo. Nuestra voluntad es mucho más fuerte que cualquier oposición. Es una gran prueba a nuestra confianza y autoestima también, si es fuerte como un roble, o se deshace como castillo de naipes ante una ligera brisa.

Una frase potente que amo, y le oí a mi Maestro de Reiki, dice: “Vamos a ser lo que creemos que somos”. Y es que es así, si nos decimos “no sé si voy a poder, quizás no sea lo suficientemente buen@ en esto”, lo más probable es que fallemos tarde o temprano. Porque si no creemos en nosotros mismos, ¿quién lo va a hacer? Sí, podemos recibir apoyo y ánimos, pero es un consuelo momentáneo y superfluo, porque nosotros, los creadores, no estamos convencidos de nuestra propia obra. Y lamentablemente hay que saber oír lo siguiente: El mundo no va a dejar de girar porque nosotros no concretemos nuestro proyecto, ni nadie va a lamentar que no existiera algo que no alcanzaron a conocer, o que quizás lo consiguen también de otras personas o medios.  Por eso mismo, es fundamental saber qué es lo que nosotros queremos aportar con ello, cuál va a ser el valor único, distintivo y emocionante, ya que todos somos también únicos y especiales en la vida, y nunca nadie va a poder hacer algo exactamente igual. De hecho, nosotros mismos no vamos a hacer nunca dos veces exactamente igual, cada cosa que hacemos es única e irrepetible.

El alimento de nuestras pasiones es sin dudas los sueños, la imaginación vívida y sentida de lo que queremos lograr, y cómo va a ser de bonito ese momento, y nuestra vida, cuando lo logremos, así como cuánto bien haría a otras personas, en la relación que tengan con nuestra creación si la compartimos con ellos. Porque si bien es de lo más satisfactorio ver los frutos de nuestra pasión materializarse, más aún lo es si con ello podemos ayudar a alguien, ya sea a sacarle una sonrisa, inspirarlo, mejorarle el ánimo de un mal día, o verdaderamente ayudarlo en su bienestar o salud, cuánto más loable. Por lo tanto, no escatimemos nunca en lo maravilloso que puede llegar a ser, visualicemos completamente y con mucho detalle y sentimiento lo que queremos lograr, y sin dudas todo se va a ir alineando para que se materialice. La clave es creer, confiar en nosotros, y en que lo merecemos, para así hacerlo con puro amor en nuestros corazones, aplicando todo nuestro potencial.




Para alimentar y avivar las llamas de nuestra pasión, lo más importante es soñar, imaginarnos exactamente, con todo detalle y sentimiento, qué queremos lograr. No soñar chico, ni escatimar en nuestras emociones de felicidad y plenitud, hagámoslo a todo lo alto. Otra gran frase de mi querido Maestro, que aplica aquí, es “Apúntale a las estrellas, y por lo menos vas a llenar a la Luna”. Y de la mano, lo que siempre me dijo mi otro gran Maestro de mi vida, fue “Hay que visualizarlo y sentirlo con todo lo que tenemos. Quizás en la realidad no lleguemos a que sea tan perfecto, pero de seguro será mucho mejor que si ni siquiera nos lo hubiéramos propuesto”. Es tan así, que el corazón me late fuerte y sonrío al recordarlo. Gracias, Maestros.

Y nos lo merecemos, todo, de eso no hay que dudar. Continuando con las citas inspiradoras, esta vez de Robin Sharma en su libro “El monje que vendió su Ferrari” (es oro líquido ese libro, se los recomiendo), dice “(...) De hoy en adelante, olvida el pasado. Atrévete a soñar que eres más que la suma de tus actuales circunstancias. Excepto de las mejores. Te sorprenderán los resultados”. Como mencioné en el artículo anterior, (“Empezando a transformar las emociones negativas”), la Ley de atracción hará lo suyo, y si vibramos en abundancia, poder y amor, el Universo cooperará y se empezarán a materializar esos sueños. Por supuesto, siempre y cuando pongamos nuestra parte para lograrlo, no basta con desear y sentarnos cómodamente en el sofá, esperando que nos llegue. Como mencioné con la otra ley de la vida “Uno recibe de la vida lo que pone en ella”.

Y si nuestra pasión y nuestro propósito se relaciona con el dar, con el servir a otros, tanto más maravilloso va a ser, seguramente esa sea una pasión que no se extinga, y que siempre nos va a inspirar y llenar de amor. Si es algo que sólo nos va a traer satisfacción o placeres a nosotros, los caminos se harán más estrechos, y no encontraremos plenitud, sería como comer infinitamente, pero nunca alcanzar a saciarnos, incluso nos traería angustia de no saber qué es lo que nos falta, pero sentir que hay un vacío que no logramos llenar. Por lo que, al pensar en nuestra pasión, e incluso a las cosas a las que les dedicamos tiempo todos los días, muy importante también es reflexionar, “¿Qué les aporto a los demás, a quién ayudo con esto?”



En conclusión, podemos preguntarnos, “¿en qué soy buen@?”, “¿qué es lo que más me gusta hacer, y me paso horas en ello?”, “¿cómo podría incorporarlo a mi día a día, para vivir en sintonía con mi pasión?”, “¿me gustaría vivir el resto de mi vida de esto?”, “¿dónde me veo haciéndolo, con y para quién?”. “¿Qué puedo aportar al mundo y su gente con esto, para hacerlo un lugar mejor?” Estas y más preguntas son buenos puntos de partida, tanto para desarrollar una pasión y mantenerla como pasatiempo, o para asumirla como nuestra vocación y trabajo, ya sea total o parcialmente, alineándolo con nuestro propósito en esta vida, lo cual nos dará la máxima plenitud.

La pasión es fuego y es amor, es una antorcha encendida que ilumina el camino, el nuestro y el de los que nos rodean. Cultivémosla, llevémosla a todo lo alto como un estandarte inspirador de creación y potencias, nuestra huella más auténtica, un legado que nuestro espíritu dejará en este mundo, para nuestro bienestar, y el de los demás. Namasté 🙏💖

Empezando a transformar las emociones negativas

  


Somos seres racionales y emocionales, con un gran desarrollo de lo primero, y una gran riqueza de lo segundo, además de que somos la única especie que habita en el planeta Tierra con conciencia espiritual. Esas tres características son inherentes al ser humano, y se podría decir que pasamos toda la vida nadando en las aguas de cada una, aprendiendo. Las emociones, más que un lago, suelen ser como los rápidos de un río, al menos hasta que aprendemos a gestionarlas.

Las emociones son estados intencionales, que dependen de la perspectiva y la valoración de cada uno, por lo que obtienen su significado de la vida cotidiana de las personas, y manifiestan las formas de vida que llevamos. Aunque muchas veces son involuntarias, ya que responden a elementos instintivos o anclados en nuestro subconsciente y a nuestro sistema de creencias, con práctica pueden llegar a estar bajo nuestro control voluntario, lo que significa que cada uno de nosotros es responsable de sus emociones.

Así como podemos proponernos “domar el ego” (la mente) para convertirlo en nuestro Maestro de aprendizajes y sabiduría, y practicamos la introspección para lograrlo, las emociones también pueden ser reguladas. Eso no evitaría que nos enojemos o entristezcamos, por ejemplo, pero sí determinaría cuánto tiempo dedicamos a vivir en esa emoción y por lo tanto su consecuencia en nuestros pensamientos y acciones; si nuestro malestar dura un día, meses o años, o si sólo lo hace por una hora o unos pocos minutos, y cómo lidiamos con ello para resolverlo –si es que lo hacemos–, o ver la contraparte positiva de cada adversidad.

Les comparto esta hermosa herramienta de identificación de emociones, un interesante trabajo de precisión que podemos proponernos para lograr encajar la emoción adecuada a nuestro sentir y percepción al respecto de una situación, así como darnos cuenta de las más de cien emociones que los humanos podemos sentir, es un abanico impresionante.


Las emociones positivas, las de felicidad y amor incondicional, siempre que sean genuinas y no una máscara, son las deseables, las que tenemos que cultivar y abrazar. Las negativas, sin embargo, son otra historia, y hay que tomarlas con pinzas. Algunas son propias de nuestro instinto y supervivencia, como el miedo, que activa nuestro cuerpo en situaciones de huida, o la ira, que también era necesaria hace miles de años para defender nuestro territorio cuando vivíamos en condiciones mucho más vulnerables y primitivas. A pesar de ello, el problema es cuando nos actualmente dominan y causan estragos en nuestra vida emocional y acciones, o afectamos a otros con ellas, pero nada tienen que ver con situaciones de vida o muerte.

Estamos tan acostumbrados a que perduren, a masticarlas, darles mil vueltas, asumir que están fuera de nuestro control, e incluso buscar en nuestra familia, amigos y compañeros de trabajo, aliados para que coincidan en nuestro infortunio, justificándolas y buscando una palmadita de consuelo y un “sí, la vida es así, qué injusto, ¿no?”. Incluso hay gente que se descarga con desconocidos en la calle, y de pronto nos encontramos con un vómito de quejas, indignaciones y sufrimientos mientras hacemos la fila del supermercado, a lo cual respondemos con incomodidad. Porque la realidad es que nadie quiere vivir en sufrimiento, todo lo que hacemos, o pretendemos hacer con nuestra mejor intención, es buscar la felicidad y la seguridad, tranquilos en nuestras cosas y que estas funcionen bien, y lo mismo solemos desear para los demás. Sin embargo, es curioso cómo insistimos en mantener pensamientos, hábitos y vínculos tóxicos, pese a que sabemos lo mal que nos hacen, y peor aún si los provocamos a otros.

Entre los justificativos, están comúnmente “es mejor eso que nada”, “me salió así”, “no pude evitarlo”, “yo no tengo la culpa de que...”. Y aquí vuelve una vez más a tocar la puerta el tema de la responsabilidad. Para poner otro ejemplo concreto que seguramente todos hemos oído (y quizás dicho), es el “¡Es que él/ella me hace enojar!” Algo nos hace ruido con esa frase, y con justa razón. La elección de enojarnos, o reaccionar con otra emoción, es nuestra. Claro que hay situaciones que despiertan nuestra indignación, ira o irritación, pero eso sucede porque nos perjudican, o tocan una fibra sensible, algo con lo que nos sentimos identificados. Sin embargo, tomarse algo personal o ponernos en modo defensivo, sigue siendo nuestra elección, ya que podemos verlo con otros ojos, tanto si revisamos qué podemos aprender de esa situación para nuestro crecimiento personal, como si aplicamos nuestra inteligencia emocional, empatía, perdón y compasión para con el otro.

Al respecto de esto último, es común pensar “¿Por qué tengo que ser compasivo con esa persona, si me lastimó?” Nuestra herida sigue abierta por una traición, mentira, agresión física o verbal, porque minó nuestra autoestima o porque puso un palo en la rueda de nuestros avances o sueños. Cuidado aquí, compasión no significa ser permisivos con una dinámica que nos lastimó o sabemos que va a hacerlo, sino entender desde dónde está actuando el otro, qué lo debe llevar a reaccionar de esa forma. Hay una ley de la vida, que es “uno da a los demás lo que se da a sí mismo”. No podemos dar amor genuino, si no nos lo damos primero a nosotros, no podemos inspirar o hablar con confianza, si no confiamos en nosotros mismos, no podemos perdonar, si no nos perdonamos a nosotros mismos. Es inimaginable el dolor que está atravesando una persona, como para que decida hacerle el mal a otro, incluso si conoce y “lo ama”. Cuando pensamos en cuan falto de amor y felicidad en su vida está el otro, nuestro nivel de enojo baja sensiblemente, porque empatizamos, y queremos ayudarlo (a menos que nuestro propio dolor, sentido de superioridad o soberbia nos lo impida).

Además, todos somos uno en el Universo, y las personas son nuestros espejos. No es el otro el que nos hace daño, sino que está sosteniendo el espejo que nos muestra la herida que debemos sanar dentro nuestro. No siempre es tan evidente o sencillo el “qué” debemos sanar, y muchas veces hacemos la vista a un costado porque es complejo, y se requiere valentía, para hacerse cargo de nuestras emociones, pensamientos y hábitos. Pero empezarse a preguntar una vez estemos calmados, en meditación o dando un paseo a pie, es el primer paso hacia nuestra paz interior y bienestar, tomar conciencia y responsabilidad, lo cual nos va a dar un increíble poder al darnos cuenta que sí tenemos el control, al menos de nosotros mismos, y que por lo tanto podemos cambiar nuestro entorno, nuestra “realidad”.



De la mano de la metáfora del espejo, también hay otras dos leyes de la vida que van de la mano y marcan el camino, la primera es “Uno obtiene lo que pone en la vida”, más conocida como “uno cosecha lo que siembra”. Y es así realmente, no hay duda de que el karma hará su trabajo con la persona que tuvo esa acción perjudicial, tarde o temprano. Por eso mismo tenemos que ser cuidadosos con nuestros propios pensamientos y acciones, porque también van a volvernos en forma de otros desafíos o infortunios. La otra ley, es la conocida “Ley de atracción”, y trata de que uno entra en resonancia y atrae lo mismo que está vibrando. Si sentimos, pensamos y obramos en amor y abundancia, eso mismo se manifestará en nuestra vida o entorno, mientras que, si nos dedicamos a pensar de forma negativa, y vivimos constantemente en emociones de esas características, eso mismo es lo que atraeremos. Ni que hablar de maltratar, hablar mal de las personas o perjudicarlas, además de generar karma negativo que nos afectará a nosotros, esa misma calidad de situaciones o vínculos se reflejará en nuestra vida.

¿Les suena conocida la frase “estoy meado por un elefante”? A esto mismo me refiero, ya ven que no es casualidad. Una tras otra, se ponen en fila distintas adversidades, manteniéndonos en nuestra pobreza de corazón, carencia y modo de supervivencia, para presentarnos de golpe y porrazo muchas experiencias de las cuales tendremos que aprender. Porque la realidad es que toda experiencia, aún las más dolorosas y difíciles, encierran una maravillosa oportunidad de aprendizaje hacia el bienestar. Si tomamos responsabilidad, nos dedicamos a cultivar buenos hábitos, pensamientos y emociones, nuestra vida se transformará rápidamente a una mucho más amable, amorosa y plena. Asimismo, se reflejará en nuestro entorno, y no se sorprendan si ciertas personas se alejan de pronto de sus vidas, así como otras llegan. Todo es justo y perfecto, las que se alejaron, eran las que dejaron de resonar con esa energía luminosa y poderosa de amor que empezamos a abrazar, o porque cumplieron con su deber de lo que venían a enseñarnos o mostrarnos. O que nosotros mismo los alejemos, decretando “no quiero esto para mi vida”. Y los que lleguen, seguramente traigan más amor en sus corazones, ya que vibramos en sintonía con lo que nosotros estamos dando al Universo.

Luego volveremos a este interesante tema, sean libres de comentar o sugerir para que podamos reflexionar juntos en pos de nuestra evolución, pero les dejo un último y maravilloso ejercicio de cómo empezar a cultivar emociones positivas.

Cuando un evento problemático se presente en nuestra vida, o tal vez es nuestra propia mente la que insiste con traernos un recuerdo conflictivo (un rencor hacia alguien que nos lastimó), o una duda que albergamos, hay que hacerse algunas preguntas. Por ejemplo, “¿Qué aprendí, o siento que tengo que aprender, de esto?”, “¿Qué me aportó, en qué estoy hoy mejor gracias a ello?”, “¿A qué le tenía yo miedo, y cómo me sobrepuse?” Quizás el aprendizaje fue hacernos más fuertes o pacientes, o puso a prueba nuestra determinación para llevar un proyecto o sueño a cabo, o nos enseñó sobre el apego y nuestro miedo a la soledad. También pudo sentar las bases para replantearnos nuestra autoestima y confianza, o la dirección que estaba tomando nuestra vida, y que nos dimos cuenta que no es lo que queríamos. Si no encontramos ningún aprendizaje, tal vez puede ser porque el problema sigue ahí sin resolver, negados a aceptarlo, a soltarlo, porque en el fondo queremos seguir hincándole el diente para echarle la culpa de otras desgracias que nos ocurren, no queremos tomar responsabilidad de nuestras acciones y decisiones. Y ese dilema volverá, una y otra vez, en distintas formas, hasta que lo superemos al fin.

Parte del perdón, a otras personas y a nosotros mismos, viene de reconocer ese valioso aprendizaje y cuánto mejor estamos hoy en día, gracias a lo que tuvimos que atravesar y superar. Qué ironía, que aquella persona que nos maltrató o quiso perjudicarnos, o cualquier otra haya sido la situación, acabó dándonos un regalo enorme sin proponérselo, ya que nos servirá para aportar al bienestar de toda nuestra vida. En cada crisis, en cada vicisitud, hay una oportunidad de mejora, es cuestión de cada uno de nosotros el querer verlo, y abrazarlo con amor y entusiasmo. Namasté 🙏💖