Uno de los primeros
consejos que recibimos para promover nuestro autoconocimiento, relajación, o cuando
estamos estresados, agotados o ansiosos, es el de meditar. Seguramente la
persona que nos lo recomendó lo dijo con una sonrisa plácida en el rostro, como
si estuviera recordando lo bien que siente hacerlo, y cuán benéfica es, lo cual
es cierto. O también, lo leímos en uno más libros o páginas web, o nos dio
curiosidad luego de que lo recomendaran en un video, programa de televisión, o
porque una persona que nos inspira dijo que lo practicaba todos los días.
Siguiendo ese consejo y la promesa de alcanzar esa serenidad profunda y llena
de revelaciones, nos propusimos a probar de meditar.
Ahora bien, probablemente,
las primeras veces que buscamos seguir ese consejo, hicimos la prueba de
sentarnos en una silla o con las piernas cruzadas, bien derechos, cerramos los
ojos y tratamos de poner la mente en blanco, o de visualizarnos en un calmo
campo o junto a una cascada, incluso pudimos haberlo acompañado con sonidos
ambientales naturales o música relajante. Bien dispuestos, hicimos unas
respiraciones profundas, nos empezamos a conectar con ese bonito estado
meditativo y... De pronto, un pensamiento o imagen de nuestra mente diaria nos distrajo. Intentamos barrer la interrupción, volver a imaginar la mente
vacía, el campo o lo que pretendimos visualizar anteriormente... y otra vez, ese mismo pensamiento, u otro,
vuelve a acecharnos. Empezamos a ofuscarnos, resoplar o amonestarnos por
nuestra distracción, y pese a nuestros mejores intentos, no logramos “vaciar”
la mente. La infructuosa meditación, más que llevarnos a ese anhelado estado de
paz y conexión, nos acabó frustrando más de lo que estábamos, y para colmo
nos echamos la culpa de que no fuimos capaces de dejar nuestra mente quietita
por unos pocos minutos al menos. ¿Se sienten identificados con esta escena?
Quizás sí, quizás no,
eso es según la experiencia de cada uno, pero se los comparto porque ese fue mi
proceso, y porque la mente está programada para funcionar de esa forma, a menos
que con mucho entrenamiento y objetivos claros, logremos apaciguarla y volverla
nuestra aliada, no nuestra enemiga. Porque, para empezar, seamos sinceros, ¿Cuántas veces antes hicimos esa práctica de estar quince minutos o media hora,
sentados y quietos, pensando en “nada”, visualizando ese paisaje pacífico, concentrándonos en un foco, u observando nuestros sentimientos o pensamientos? Posiblemente, muy pocas, o quizás nunca. Entonces,
empecemos por ser un poco más realistas y compasivos con nosotros mismos, en
cuanto a que no podemos pretender la maestría de una práctica a la que no
estamos habituados de un día para otro. Y aunque meses o años después nos sea más familiar, nuestra
activa cabecita tiene su propio programa instalado, el ego, que nos jala a la
preocupación, la duda, el qué dirán o a lamentar el pasado, y nos bombardea una
y otra vez con todas esas problemáticas. Conclusión: Avancemos despacito y con
amor. Desarrollar la paciencia es también uno de los objetivos de meditar. Controlar el enojo también.
A la par de esto, vale
mencionar que hay muchos tipos de meditación, y ese puede ser un error bien
básico, el forzarnos a encajar en una que quizás todavía no se ajuste a nuestro estilo o necesidades. Es como decidir
que queremos empezar a tener una actividad física más activa, y pretendamos
pasar de estar todo el día sentados en el sofá, a correr cinco kilómetros al
día siguiente. Suena improbable, ¿verdad? Eso mismo, entonces, trasladémoslo a
nuestra propuesta de adoptar la práctica de la meditación, o a cualquier hábito
que estén queriendo incluir en sus vidas porque tienen una motivación de cambio
hacia un estilo de vida más saludable. Mejor sería empezar de a poco, chiquito,
una meta sencilla y accesible, una probadita. Por ejemplo, volviendo a la
meditación, empezar con hacer cinco o diez respiraciones profundas, sólo eso.
Al día siguiente, si eso salió bien, agregar otras cinco o diez, o proponernos
uno o dos minutos de visualizar algo concreto y apacible, o indigar en nuestro interior cómo nos sentimos, y luego volvemos a
hacer unas respiraciones para terminar con la práctica. Y así sucesivamente,
hasta que logremos extender la duración de nuestra práctica serena a diez
minutos, quince, o los que podamos. Eso sí suena accesible y más al alcance,
¿verdad?
Les comparto un bonito
resumen como ejemplo de algunos de los tipos de meditación de un blog de vida
verde y sustentable: https://ecogreenlovees.wordpress.com
Como pueden ver, hay
variadas formas de llevar a cabo una meditación, y también llevan otros nombres
espirituales y con sus propios propósitos y objetivos, por ejemplo: Meditación
Zazen (o Zen), Vipassana, Kundalini, Mantra, Tonglen, y otras. Cada una tiene
sus particularidades, y algunas requieren más práctica que otras, es cuestión
de ir buscando qué beneficios y experiencias nos aporta cada una, con cuál
resonamos, y, sobre todo, encontrar una buena guía que nos ayude al principio
para llevarlas a cabo, hay muchas “meditaciones guiadas” que pueden encontrarse
en forma de audios en internet. Es prueba y error, por supuesto, algunas nos
van a gustar o conectar más que otras. Sigamos nuestro instinto, sintamos lo que nuestro cuerpo nos dice cuando
seguimos la meditación, y siempre seguir lo que se sienta bien, cálido,
natural.
Algo que es
fundamental en cualquier estilo o duración de la meditación, es hacerla con un
propósito, con un objetivo. ¿Para qué estamos haciéndola? ¿Sobre qué queremos
reflexionar, revisar o experimentar? Es muy distinto sólo conectarnos con las
sensaciones de nuestro entorno o nuestro cuerpo, por ejemplo, identificar “qué
hay ahí”, a visualizar una luz que nos va recorriendo e iluminando por dentro,
o un paisaje con todos los detalles como si estuviéramos allí, entonar una
oración o mantra, o hacernos preguntas reflexivas o existenciales. Por lo
tanto, una de las claves para una meditación productiva y satisfactoria, es que
tengamos en claro qué queremos lograr con ella. Incluso, las hay guiadas con
una temática particular, como el perdón, la abundancia, la compasión, etc. Preguntarnos por qué nos enojamos o angustiamos con una situación, o por qué tenemos la tendencia de sentirnos irritables, o por qué somos procrastinamos (y luego nos decimos que "no nos alcanza el tiempo"). Por supuesto, con la intención de mejorar esa problemática, tomar responsabilidad de ello, y de cómo llegar a lo que queremos ser.
En lo personal, mi
práctica más habitual de meditación se enfoca en la meditación Zen, y en la de
entonar mantras o acompañar con cuencos tibetanos. En la
última, me enfoco en conectar con la vibración del canto, la intención y las
palabras, o del sonido del cuenco. De estas también pueden encontrar
grabaciones, si no tienen los cuencos o no se animan a entonar por sí solos. En
cuanto a la primera, se centra en nuestra respiración y en observar nuestros
pensamientos. Empezar respirando profundo, a medida que nos vamos calmando y
conectando, y podemos visualizar una luz cálida y sanadora que va recorriendo
poco a poco cada parte de nuestro cuerpo, hasta llenarnos y envolvernos con esa
luz. Y luego, o al mismo tiempo, también ser introspectivos, estar atentos a
los pensamientos o emociones que surjan, identificarlos, y simplemente dejarlos
fluir, sin perseguirlos ni pelearles para que desaparezcan, ni juzgarlos, que
vengan y vayan, sin engancharse con ellos. Y si en un momento sucede que se
percatan de que se desconcentraron y “se fueron” con sus pensamientos, vuelvan
a centrarse en su respiración, apacibles, calmados.
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Mis cuencos: El de cuarzo a la izquierda, el tibetano a la derecha |
Por otra parte,
también hay que “des-acartonar” la experiencia de la meditación, no es únicamente
estar sentados con una postura de manos, los ojos cerrados y la pasividad.
También pueden meditar mientras bailan, pintan (como la práctica de pintar
mandalas, muy hermosa, por cierto), y como me dijo una gran amiga y Maestra una
vez, podemos meditar mientras lavamos los platos, porque no siempre es la forma
o el ritual, sino nuestra intención.
Y un detalle más, al
respecto de la “idoneidad”. Habrán escuchado de los llamados retiros
espirituales, en los que se apartan uno o varios días, lejos de la tecnología y
la rutina, posiblemente en un lugar más puro y verde, para conectar con la
meditación, alimentación sana y algunas prácticas bonitas y saludables, como
clases de yoga, sesiones de reiki, entre otras. Está muy bien la propuesta, y
sin dudas van a volver renovados y serenos, en paz. Pero podemos caer en la “trampa”
de las vacaciones, como mencioné en el artículo anterior, de que sólo pensemos
que podemos acceder a esa paz interna en un ambiente con características como
las del retiro espiritual. No, el gran aprendizaje, lo que tenemos que
llevarnos de vuelta a casa, es cómo incorporar esos hábitos y pensamientos
saludables que propicien nuestra evolución a nuestra vida diaria. Porque si de
pronto nos encontramos en la vorágine de la ciudad, el estrés del trabajo, o de
una situación familiar o emocional compleja, y nos sentimos completamente
descontrolados, perdidos y abrumados, entonces esa experiencia del retiro fue
una “curita emocional”, como suelo decir.
De todo se aprende,
por supuesto, pero es importante que apliquemos esas herramientas meditativas,
justamente cuando las necesitemos, además de acostumbrarnos a practicarlas
diaria o seguidamente, ya que nos mantendrán en un equilibrio mental, emocional
y espiritual mucho más estable y disponible para seguir profundizando, y no
solamente como un salvavidas temporal. Porque, nuevamente, es poco probable que
podamos realizar esa meditación con buenos resultados, si sólo la practicamos
cuando estamos sumidos en la desesperación o al borde del colapso.
De hecho, si
mantenemos esa práctica habitual, probablemente tengamos un control mucho mayor
de nuestros pensamientos y emociones, y en vez de que un enojo, preocupación o
sufrimiento nos dure un día entero o una semana, puede que lo resolvamos y
liberemos en una hora, o en pocos minutos, cambiando el foco rápidamente a la
solución de dicha alteración, con lo cual ganaremos también mucha más
confianza, certeza y serenidad, conectando con nuestra esencia.
La práctica hace al
Maestro. Namasté 🙏💖