lunes, 3 de octubre de 2022

Empezando a transformar las emociones negativas

  


Somos seres racionales y emocionales, con un gran desarrollo de lo primero, y una gran riqueza de lo segundo, además de que somos la única especie que habita en el planeta Tierra con conciencia espiritual. Esas tres características son inherentes al ser humano, y se podría decir que pasamos toda la vida nadando en las aguas de cada una, aprendiendo. Las emociones, más que un lago, suelen ser como los rápidos de un río, al menos hasta que aprendemos a gestionarlas.

Las emociones son estados intencionales, que dependen de la perspectiva y la valoración de cada uno, por lo que obtienen su significado de la vida cotidiana de las personas, y manifiestan las formas de vida que llevamos. Aunque muchas veces son involuntarias, ya que responden a elementos instintivos o anclados en nuestro subconsciente y a nuestro sistema de creencias, con práctica pueden llegar a estar bajo nuestro control voluntario, lo que significa que cada uno de nosotros es responsable de sus emociones.

Así como podemos proponernos “domar el ego” (la mente) para convertirlo en nuestro Maestro de aprendizajes y sabiduría, y practicamos la introspección para lograrlo, las emociones también pueden ser reguladas. Eso no evitaría que nos enojemos o entristezcamos, por ejemplo, pero sí determinaría cuánto tiempo dedicamos a vivir en esa emoción y por lo tanto su consecuencia en nuestros pensamientos y acciones; si nuestro malestar dura un día, meses o años, o si sólo lo hace por una hora o unos pocos minutos, y cómo lidiamos con ello para resolverlo –si es que lo hacemos–, o ver la contraparte positiva de cada adversidad.

Les comparto esta hermosa herramienta de identificación de emociones, un interesante trabajo de precisión que podemos proponernos para lograr encajar la emoción adecuada a nuestro sentir y percepción al respecto de una situación, así como darnos cuenta de las más de cien emociones que los humanos podemos sentir, es un abanico impresionante.


Las emociones positivas, las de felicidad y amor incondicional, siempre que sean genuinas y no una máscara, son las deseables, las que tenemos que cultivar y abrazar. Las negativas, sin embargo, son otra historia, y hay que tomarlas con pinzas. Algunas son propias de nuestro instinto y supervivencia, como el miedo, que activa nuestro cuerpo en situaciones de huida, o la ira, que también era necesaria hace miles de años para defender nuestro territorio cuando vivíamos en condiciones mucho más vulnerables y primitivas. A pesar de ello, el problema es cuando nos actualmente dominan y causan estragos en nuestra vida emocional y acciones, o afectamos a otros con ellas, pero nada tienen que ver con situaciones de vida o muerte.

Estamos tan acostumbrados a que perduren, a masticarlas, darles mil vueltas, asumir que están fuera de nuestro control, e incluso buscar en nuestra familia, amigos y compañeros de trabajo, aliados para que coincidan en nuestro infortunio, justificándolas y buscando una palmadita de consuelo y un “sí, la vida es así, qué injusto, ¿no?”. Incluso hay gente que se descarga con desconocidos en la calle, y de pronto nos encontramos con un vómito de quejas, indignaciones y sufrimientos mientras hacemos la fila del supermercado, a lo cual respondemos con incomodidad. Porque la realidad es que nadie quiere vivir en sufrimiento, todo lo que hacemos, o pretendemos hacer con nuestra mejor intención, es buscar la felicidad y la seguridad, tranquilos en nuestras cosas y que estas funcionen bien, y lo mismo solemos desear para los demás. Sin embargo, es curioso cómo insistimos en mantener pensamientos, hábitos y vínculos tóxicos, pese a que sabemos lo mal que nos hacen, y peor aún si los provocamos a otros.

Entre los justificativos, están comúnmente “es mejor eso que nada”, “me salió así”, “no pude evitarlo”, “yo no tengo la culpa de que...”. Y aquí vuelve una vez más a tocar la puerta el tema de la responsabilidad. Para poner otro ejemplo concreto que seguramente todos hemos oído (y quizás dicho), es el “¡Es que él/ella me hace enojar!” Algo nos hace ruido con esa frase, y con justa razón. La elección de enojarnos, o reaccionar con otra emoción, es nuestra. Claro que hay situaciones que despiertan nuestra indignación, ira o irritación, pero eso sucede porque nos perjudican, o tocan una fibra sensible, algo con lo que nos sentimos identificados. Sin embargo, tomarse algo personal o ponernos en modo defensivo, sigue siendo nuestra elección, ya que podemos verlo con otros ojos, tanto si revisamos qué podemos aprender de esa situación para nuestro crecimiento personal, como si aplicamos nuestra inteligencia emocional, empatía, perdón y compasión para con el otro.

Al respecto de esto último, es común pensar “¿Por qué tengo que ser compasivo con esa persona, si me lastimó?” Nuestra herida sigue abierta por una traición, mentira, agresión física o verbal, porque minó nuestra autoestima o porque puso un palo en la rueda de nuestros avances o sueños. Cuidado aquí, compasión no significa ser permisivos con una dinámica que nos lastimó o sabemos que va a hacerlo, sino entender desde dónde está actuando el otro, qué lo debe llevar a reaccionar de esa forma. Hay una ley de la vida, que es “uno da a los demás lo que se da a sí mismo”. No podemos dar amor genuino, si no nos lo damos primero a nosotros, no podemos inspirar o hablar con confianza, si no confiamos en nosotros mismos, no podemos perdonar, si no nos perdonamos a nosotros mismos. Es inimaginable el dolor que está atravesando una persona, como para que decida hacerle el mal a otro, incluso si conoce y “lo ama”. Cuando pensamos en cuan falto de amor y felicidad en su vida está el otro, nuestro nivel de enojo baja sensiblemente, porque empatizamos, y queremos ayudarlo (a menos que nuestro propio dolor, sentido de superioridad o soberbia nos lo impida).

Además, todos somos uno en el Universo, y las personas son nuestros espejos. No es el otro el que nos hace daño, sino que está sosteniendo el espejo que nos muestra la herida que debemos sanar dentro nuestro. No siempre es tan evidente o sencillo el “qué” debemos sanar, y muchas veces hacemos la vista a un costado porque es complejo, y se requiere valentía, para hacerse cargo de nuestras emociones, pensamientos y hábitos. Pero empezarse a preguntar una vez estemos calmados, en meditación o dando un paseo a pie, es el primer paso hacia nuestra paz interior y bienestar, tomar conciencia y responsabilidad, lo cual nos va a dar un increíble poder al darnos cuenta que sí tenemos el control, al menos de nosotros mismos, y que por lo tanto podemos cambiar nuestro entorno, nuestra “realidad”.



De la mano de la metáfora del espejo, también hay otras dos leyes de la vida que van de la mano y marcan el camino, la primera es “Uno obtiene lo que pone en la vida”, más conocida como “uno cosecha lo que siembra”. Y es así realmente, no hay duda de que el karma hará su trabajo con la persona que tuvo esa acción perjudicial, tarde o temprano. Por eso mismo tenemos que ser cuidadosos con nuestros propios pensamientos y acciones, porque también van a volvernos en forma de otros desafíos o infortunios. La otra ley, es la conocida “Ley de atracción”, y trata de que uno entra en resonancia y atrae lo mismo que está vibrando. Si sentimos, pensamos y obramos en amor y abundancia, eso mismo se manifestará en nuestra vida o entorno, mientras que, si nos dedicamos a pensar de forma negativa, y vivimos constantemente en emociones de esas características, eso mismo es lo que atraeremos. Ni que hablar de maltratar, hablar mal de las personas o perjudicarlas, además de generar karma negativo que nos afectará a nosotros, esa misma calidad de situaciones o vínculos se reflejará en nuestra vida.

¿Les suena conocida la frase “estoy meado por un elefante”? A esto mismo me refiero, ya ven que no es casualidad. Una tras otra, se ponen en fila distintas adversidades, manteniéndonos en nuestra pobreza de corazón, carencia y modo de supervivencia, para presentarnos de golpe y porrazo muchas experiencias de las cuales tendremos que aprender. Porque la realidad es que toda experiencia, aún las más dolorosas y difíciles, encierran una maravillosa oportunidad de aprendizaje hacia el bienestar. Si tomamos responsabilidad, nos dedicamos a cultivar buenos hábitos, pensamientos y emociones, nuestra vida se transformará rápidamente a una mucho más amable, amorosa y plena. Asimismo, se reflejará en nuestro entorno, y no se sorprendan si ciertas personas se alejan de pronto de sus vidas, así como otras llegan. Todo es justo y perfecto, las que se alejaron, eran las que dejaron de resonar con esa energía luminosa y poderosa de amor que empezamos a abrazar, o porque cumplieron con su deber de lo que venían a enseñarnos o mostrarnos. O que nosotros mismo los alejemos, decretando “no quiero esto para mi vida”. Y los que lleguen, seguramente traigan más amor en sus corazones, ya que vibramos en sintonía con lo que nosotros estamos dando al Universo.

Luego volveremos a este interesante tema, sean libres de comentar o sugerir para que podamos reflexionar juntos en pos de nuestra evolución, pero les dejo un último y maravilloso ejercicio de cómo empezar a cultivar emociones positivas.

Cuando un evento problemático se presente en nuestra vida, o tal vez es nuestra propia mente la que insiste con traernos un recuerdo conflictivo (un rencor hacia alguien que nos lastimó), o una duda que albergamos, hay que hacerse algunas preguntas. Por ejemplo, “¿Qué aprendí, o siento que tengo que aprender, de esto?”, “¿Qué me aportó, en qué estoy hoy mejor gracias a ello?”, “¿A qué le tenía yo miedo, y cómo me sobrepuse?” Quizás el aprendizaje fue hacernos más fuertes o pacientes, o puso a prueba nuestra determinación para llevar un proyecto o sueño a cabo, o nos enseñó sobre el apego y nuestro miedo a la soledad. También pudo sentar las bases para replantearnos nuestra autoestima y confianza, o la dirección que estaba tomando nuestra vida, y que nos dimos cuenta que no es lo que queríamos. Si no encontramos ningún aprendizaje, tal vez puede ser porque el problema sigue ahí sin resolver, negados a aceptarlo, a soltarlo, porque en el fondo queremos seguir hincándole el diente para echarle la culpa de otras desgracias que nos ocurren, no queremos tomar responsabilidad de nuestras acciones y decisiones. Y ese dilema volverá, una y otra vez, en distintas formas, hasta que lo superemos al fin.

Parte del perdón, a otras personas y a nosotros mismos, viene de reconocer ese valioso aprendizaje y cuánto mejor estamos hoy en día, gracias a lo que tuvimos que atravesar y superar. Qué ironía, que aquella persona que nos maltrató o quiso perjudicarnos, o cualquier otra haya sido la situación, acabó dándonos un regalo enorme sin proponérselo, ya que nos servirá para aportar al bienestar de toda nuestra vida. En cada crisis, en cada vicisitud, hay una oportunidad de mejora, es cuestión de cada uno de nosotros el querer verlo, y abrazarlo con amor y entusiasmo. Namasté 🙏💖

No hay comentarios:

Publicar un comentario