sábado, 8 de octubre de 2022

Arquitectos de nuestro propio destino - Parte 1


Si alguien nos dijera que nosotros podemos delinear con bastante precisión y éxito el camino que tomará nuestras vidas desde el día presente –con todas nuestras circunstancias actuales que ya conocemos–, encaminándolo en línea recta hacia todo lo que anhelamos y soñamos, viviendo en paz y abundancia, en el que predomine nuestro buen ánimo y una energía inagotable, y que alcanzaríamos a acertar en rasgos generales lo que sucederá en un plazo corto y medio con nuestra vida, muchos descreerían de ello. Pero no es cuestión de creer o no creer, sino que la evidencia lo dirá por sí misma en cuanto revisen su vida, y se propongan hacer un pequeño cambio, que los preparará para otros más grandes luego.

Partamos de la premisa de que la “realidad” no existe, ya que no hay una realidad única, sino que es producto de nuestra perspectiva, y de nuestros pensamientos. De seguro ya habrá más de un lector frunciendo el ceño ya que no coincide con esta premisa, argumentando “sí la hay, estoy aquí, tengo este teléfono o computadora frente a mí, vivo en este país, en el que suceden estas cosas”. Sí, por supuesto, pero ese no es el concepto de realidad que estamos analizando aquí, sino en que no hay una única exacta y rígida realidad para todo, ya que depende del ojo con el que se lo mida.

Por ejemplo, lo que para una persona puede ser un plato con poca comida, para otro puede ser mucha, un perro para alguien puede ser un animal adorable, y a otro le generaría rechazo o terror, un pedazo de metal que intentemos doblar, puede resultarnos fácil o blando, mientras que a otro le esté por reventar la vena de la frente de la cabeza de tanta fuerza que aplica y no lo logra, una persona puede parecerle admirable a unos, y repudiable a otros. La abundancia, para algunos sólo representa lo monetario, el poder y lo material, mientras que para otros puede ser tener una vida llena de amor, cumpliendo su propósito, agradeciendo cada cosa que forma parte de su vida, y tener más o menos posesiones no afecta su concepto de riqueza.

Así como podemos coincidir seguramente en estos aspectos, no hay mucha diferencia con respecto a cómo podemos percibir nuestra realidad, y lo que representa, o a qué emociones y acciones nos lleva. Una crisis puede provocar pánico o hacer que alguien se haga un ovillo en la cama por horas o días, mientras que para otra persona podría ser una gran oportunidad de cambiar de rumbo, de hacer algo nuevo, de que se cierre una puerta y se abra otra, y lo recibiría con desafío y entusiasmo, con los brazos abiertos.

Ser honestos con lo que realmente queremos para nuestras vidas, ya sea qué estudiar, de qué trabajar, qué hacer con nuestro tiempo libre, dónde vivir, cómo nos relacionamos con los demás, y qué emociones sentimos, es un primer paso y requiere de valentía. ¿Por qué valentía? Porque podemos encontrarnos con muchas cosas que hicimos a un lado, que nos negamos para conformar a otros, o para alcanzar una supuesta seguridad (personal, social o económica) que tarde o temprano reconocemos que no nos satisface, y que nos produce más incertidumbres y malestares que certezas, y hay que saber aceptar que hemos convivido con esa realidad por nuestras decisiones o acciones. O porque llevarlo a cabo significaría cambiar muchas cosas en nuestra vida, y la incertidumbre o la crítica acechan en cada esquina, y perdemos el fuego inicial. No hace falta decirlo en voz alta, con que lo digamos y aceptemos para nosotros mismos alcanza. Probablemente los que lo confiesen repentinamente o a viva voz, sorprendiendo a su entorno, sean lo que llegaron a un punto de inflexión, no pueden contener dentro ni tolerar más una determinada circunstancia, y explotan con angustia, frustración o iras.



Veamos primero lo que hay en la tierra pantanosa, para luego tener el camino despejado para la luz y fuerza. Los detractores, negados en su poder de cambiar su realidad si lo quisieran y realmente se lo propusieran, argumentarían “No puedo cambiar a mi familia/lo que pasa en mi país/la sociedad en la que vivo”. Y ahí mismo está la clave. No, no se trata de cambiar el entorno, o esperar a que las cosas “mejoren” y se den, para que nosotros podamos estar mejor, o hacer esas cosas que queremos. Solamente se trata de hacerlo nosotros, sólo nuestra parte en el juego, ser los generadores de esas situaciones o emociones que anhelamos, ser los arquitectos de nuestro bienestar presente. Empezando con pasitos de bebé, quizás, porque es complejo re-programar realidades y creencias que tuvimos anquilosadas desde hace años, incluso desde que nacimos. Porque ciertamente la cultura social y nuestra familia son los primeros y más grandes determinantes de aquellas, pero sólo hasta un punto, luego tenemos que empezar a ser responsables por nosotros mismos, dejar de patalear sobre el pasado, y ponernos manos a la obra. Y si tenemos problemas de baja autoestima y confianza, hay que empezar ahí, a sanar eso, porque sólo un tronco fuerte y con buenas raíces puede sobrellevar una ventisca.

No podemos evitar en un principio que alguien nos grite o nos hable de mala forma, o que no cumpla sus tareas, pero sí podemos ponerle un límite, comunicarle cómo queremos que se dirija a nosotros, o qué sucede si no hace lo que le corresponde. Así como que una persona cercana y querida tenga sus expectativas de qué deberíamos hacer con nuestra vida y nuestro tiempo (estudio, trabajo, salud, hobbie, etc.), y nos presione a cumplirlas, ante lo cual nosotros bien podemos pisar fuerte y confiar en lo que queremos ser o hacer, comunicarlo con firmeza y serenidad, y hacerlo. Otra cosa, es que no nos animemos a hacerlo, porque podría derivar en una discusión, en que esa persona se aleje, o que las cosas se pusieran más difíciles para nosotros si perdemos su apoyo, compañía, sociedad.

Ah, entonces... Sí se puede cambiar todo eso, sólo que en la balanza ponemos las opciones, y nos quedamos con la más segura, cómoda y controlable, la llamada “zona de confort”, por más que no tenga mucho de confortable y seamos infelices con ella. Creemos que no podemos superarlo porque tenemos miedo, inseguridad, no creemos en nosotros mismos ni en que podemos lograr todo lo que nos propongamos, ni que nos merecemos toda la abundancia del Universo porque sólo unos pocos tienen derecho a eso (gracias a una situación privilegiada, o conseguirlo a base de sangre, sudor y lágrimas). Y ahí hay otro trabajo pendiente con nuestro yo. Claro que no todo es blanco o negro, de todo lo que sucede en nuestra vida presente (porque no podemos cambiar el pasado, ni adivinar el futuro, con lo cual no vale la pena ponerle energía y emociones a eso, es como un perro mordiéndose su propia cola).

Hay tres formas de lidiar con una problemática: Una, es al hacer el cambio según nuestra completa decisión de bienestar y autenticidad. Otra, es negociar un punto medio, conversándolo con honestidad y con un acuerdo común y claro entre las partes. Y la tercera opción es no plantear nuestro desacuerdo, callarnos y ceder completamente al designio del otro, y que las cosas sigan igual. Al respecto de esta última opción vale mencionar que, si la elegimos, no hay lugar luego a quejas, a murmurar por lo bajo o a despotricar la injusticia de nuestra vida a otro, el modo víctima de las circunstancias. No, si elegimos renunciar a aquello, tenemos que hacernos cargo al cien por ciento, y lidiar con las consecuencias que elegimos. Porque tuvimos la oportunidad de hacer algo distinto, pero no quisimos. No tiene que ser un campo de rosas, a veces hay que elegir el mal menor, pero tenemos que aceptar nuestra completa responsabilidad en el devenir de nuestra realidad. Como se mencionó en un artículo anterior, la ley de la vida que decreta “Uno cosecha lo que siembra”. Causa y consecuencia.



Tomar responsabilidad permite cambiar el entorno. Observar lo que hacemos, dónde se fuga nuestro tiempo y nuestra energía, cómo son nuestros vínculos y prioridades, para poder elaborar una estrategia que optimice todo eso y nos encamine a la realidad que queremos vivir. El mundo exterior es un reflejo del mundo interior, el espejo que nos devuelve todo, se materializa y manifiesta lo que pensamos, creemos y hacemos. Por lo tanto, controlando los pensamientos y la manera de reaccionar a los acontecimientos de la vida, uno empieza a controlar su presente, y con ello su destino. Como se suele decir, “si no te gusta el rumbo que está tomando tu vida, recuerda que tú tienes el volante”.

Lo hermoso de este proceso de toma de conciencia de nuestro poder de pensamiento y de acción, es que cuando entendemos que podemos aplicarlo día a día para desarrollar al máximo nuestro potencial, desde las cosas más pequeñas (lo cual se recomienda en un comienzo) a las más grandes que conviertan nuestros sueños en realidad, no habrá más que plenitud y abundancia en nuestra vida. Obraremos con mucha más virtud, ya que estaremos más animados, compasivos, pacientes y con plena disposición a compartirlo con otros, porque también deseamos esa dicha para los demás. A vibrar en amor.

Una de las primeras preguntas que debemos hacernos, en cualquier área (salud, relaciones, trabajo, estudio, etc.) es “¿Yo quiero esto para mi vida? ¿Sería feliz haciéndolo/estando así cada día por los próximos años?”. Aquí quizás haya que ser más precisos, porque podemos estar satisfechos con lo que estamos haciendo, pero podría estar fallando el cómo, que lo estemos haciendo de una forma que no nos satisfaga o inspire. Será cuestión de empezar con un autoexamen y visualizar con toda honestidad de corazón lo que queremos para nuestra vida. Si no tenemos una meta, si no sabemos qué queremos conseguir, y principalmente, para qué, entonces probablemente seguiremos perdidos sin rumbo, manteniendo hábitos que nos alejan del camino. Otra buena pregunta, sería “¿Qué es lo peor que podría fallar si no lo hago, si no lo consigo?”. Y una más, porque tres es un número poderoso, “¿Qué aportaría a mi vida si hago eso que anhelo?”

Con estas bases, voy a dedicar el próximo artículo a cómo podemos llevar a la práctica estos preceptos, para comenzar a enfocarnos y manifestar en nuestra vida la realidad que queremos, basada en nuestro auténtico y profundo bienestar y alineado con nuestro propósito en esta vida. Recordemos que cada cosa que decimos, sentimos o hacemos, es voluntaria, y por lo tanto, puede cambiarse en pos de hábitos más saludable. Namasté 🙏💖