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martes, 18 de octubre de 2022

Arquitectos de nuestro propio destino - Parte 2

La autenticidad es una de las mayores dichas que podemos tener en nuestra vida. Ser honestos y actuar en consecuencia con nuestras intenciones, sentimientos, sueños, conectados con nuestro corazón. “Ser uno mismo” es el estado más liberador que pueda haber, ya que obramos en consonancia con nuestra esencia, desde nuestras convicciones, y es como una brújula cuyo norte equivale a nuestra felicidad. Cuando se lo decimos a alguien más, suele ser un halago, un valor positivo que reconocemos en el otro, y lo felicitamos por ello, aunque lo hacemos notar como si no fuese lo más común.

Y es que, en un punto, pareciera que ser auténticos no sería tan accesible, que incluso requiriera bastante coraje y confianza permitírnoslo. Si lo pensamos un poco, debería ser lo más común y sencillo, un camino recto: “Quiero esto para mi vida, entonces lo hago”, “Pienso esto, lo expreso sin dudarlo”. Claro que habría que hacer un paréntesis, aclarando que este ideal se relaciona a pensamientos y decisiones nacidas desde la buena intención, el amor y el bienestar, no a un capricho o algo que pudiera hacerle mal a otro (como ser desconsiderados con los valores o gustos de los demás, o actuar egoístamente).

La primera gran pregunta, si con una mano en el corazón reconocemos que no solemos ser auténticos, es “¿Qué nos lo impide?”. ¿Por qué no nos animaríamos a expresar y hacer realidad lo que conlleva nuestra tranquilidad y felicidad? Con respecto a lo primero, la respuesta –por no decir excusa– suele direccionarse a un temor frente a “perder” algo del entorno, ya sea la aprobación de la familia, amigos, pareja, el ambiente de trabajo, lo que la sociedad considera más o menos “normal”. Sin embargo, la verdadera respuesta es que nosotros nos lo impedimos, ni más ni menos, ya que cualquiera que fuera el motivo que nos retiene a ser auténticos, estamos eligiendo eso por encima de nuestros más sinceros sentimientos, pensamientos y anhelos. Es decir que, así como nos quitamos algo, también podemos coincidir en que podemos dárnoslo, hacerlo, está en nuestro entero poder de decisión.

Una de las principales claves para ser arquitectos de nuestro destino es ser auténticos, ya que eso refiere a la responsabilidad que tomamos por nuestras decisiones. Otra de las claves, es tener la voluntad, disciplina y compromiso de hacer ese camino que queremos, o también un cambio, para acercarnos un poco más a dicho camino, si un día nos detenemos y al mirar alrededor, nos damos cuenta cuánto nos habíamos desviado. Con respecto a esta última clave, suele agazaparse en las sombras la principal excusa que, me atrevería a decir, todos dijimos al menos alguna vez: “No tengo tiempo”. Queremos hacer algo nuevo, o empezar un proyecto a la par de lo que ya hacemos en nuestra vida diaria, o seguir una buena recomendación nos animamos a hacer algo extra para nuestro mayor bienestar (por ejemplo, meditar, o controlar nuestros pensamientos para que siempre sean positivos). Pero allí está, el gran freno, el que de un manotazo tira abajo nuestro entusiasmo original, y se alía con nuestra zona de confort para retenernos de hacer algo nuevo o desafiante.

Sin embargo, les comparto una maravillosa cita del libro “El monje que vendió su Ferrari”: “Amigo mío, decir que no tienes tiempo para mejorar tus pensamientos es como decir que no tienes tiempo para echar gasolina porque estás demasiado ocupado conduciendo”. Es genial, ¿verdad? Tan cierto... Así como otra famosa frase que nos repetimos, la madre de la postergación, “mañana empiezo” (mejor amiga del “el lunes empiezo la dieta”). Si nos decimos alguna de estas dos frases, u otras variantes similares, el problema original radica en que no estamos lo suficientemente motivados para hacerlo, no hay lugar para el fuego de la pasión, ese motor que nos permite hacer todo lo que nos proponemos y más, porque de seguro que para las cosas que nos apasionan encontramos tiempo para hacerlas, incluso para otras que nos entretienen pero no aportan ningún crecimiento personal a nuestra vida, como mirar las redes sociales de los demás, y quizá de gente que ni siquiera conocemos. Entonces, habría que preguntarse el “¿para qué” queremos hacer eso, y encontrar el motivo motivador más fuerte, que convierta el “no tengo tiempo” en “¡no puedo esperar para empezar!”.

Veremos que con eso hasta desaparece el cansancio o la fatiga mental que teníamos minutos antes, y es que en buena parte ese cansancio suele ser más mental que físico. ¿Les pasó que hicieron quizás poco o nada un día, pero se sintieron terriblemente cansados o soñolientos por la tarde-noche? Mientras que otras veces pudieron estar trabajando o haciendo un proyecto por horas, y no hubo asomo de agotamiento, todo lo contrario. La fatiga es mental, y es la señal de nuestra conciencia de que no estamos haciendo nada que nos llene, que colabore con nuestra vocación, ni con la misión en esta vida. Sin embargo, ese estado no es real, ya que si de pronto se presenta algo que sí nos entusiasma o gusta mucho, es como si mágicamente desapareciera, no queda ni pizca de ello. Por lo cual, la clave siempre está en buscar la chispa del entusiasmo y que nos permita conectar nuestro corazón y espíritu con nuestra tarea, por pequeña que sea. Ver a través de ella, preguntarnos qué tiene para enseñarnos esa experiencia, y hasta agradeceremos ocuparnos de ella, porque de seguro creceremos cuando la acabemos.

Entonces, la clave es despertar la pasión, encender ese motor, para lo cual la mejor gasolina es visualizar el resultado que queremos. Si nos aventuramos a ese nuevo proyecto o la decisión que hayamos tomado, ¿qué obtendremos cuando sea parte de nuestra realidad? Hagamos el ejercicio de sentarnos un momento, tranquilos y sin nada que nos interrumpa, y demos rienda suelta a nuestra imaginación, para ver como una película en nuestra cabeza todo aquello que lograremos. Y lo más importante, sentirlo. Como nos estamos anticipando un poco, ya que todavía no empezamos a hacer ese proyecto o cambio, podemos evocar las emociones y sensaciones que creemos que vamos a sentir cuando lo logremos. Sentir el sentimiento, saborear cuan feliz, animados y satisfechos estaremos, cuánto disfrutaremos con ese logro nuestra nueva realidad.

El hombre con una de las mentes científicas más brillantes y creativas, Albert Einstein, dijo “la imaginación es más importante que el saber”. La mente trabaja con imágenes, y a su vez, estas tienen el poder de evocar emociones. Por lo tanto, ese es el orden ideal: Meditar qué queremos hacer, visualizarlo con toda claridad en nuestra mente, y luego hacer el ejercicio de sentir en nuestro cuerpo esas emociones. Eso nos dará el entusiasmo y el motor suficientes para motivarnos. Y si en algún momento dudamos o flaqueamos, ya que la zona de confort sin dudas intentará jalarnos para que volvamos a terreno seguro y conocido, podemos volver a hacer ese ejercicio de visualización las veces que sea necesario para insuflarnos nuevamente de decisión y voluntad. Incluso podemos buscar imágenes en revistas, o imprimirlas, y que hagan referencia a lo que queremos hacer o alcanzar, para ayudarnos a enfocar.

Ese ejercicio será nuestra brújula. Lo siguiente, muy recomendable, será escribirlo. Eso mismo que visualizamos, con todos los detalles, convertirlo en palabras escritas a mano. Es especialmente importante que lo hagamos con nuestro puño y letra en una hoja, no en el teléfono celular o en una computadora. De esa forma, imprimiremos así nuestra energía, y se volverá “real”, nuestra voluntad de cambio finalmente expresada, la cual funciona como una carta de compromiso. Las palabras son la encarnación verbal del poder, contienen frecuencias, más elevadas o más densas según la intención y los sentimientos, por lo cual materializan la realidad que nuestra mente evoca.

Lo siguiente, una vez trazado nuestro objetivo y decretadas nuestras metas en un plazo determinado (si la conclusión del proyecto o cambio es a largo plazo, entonces ponerse metas accesibles y comprobables a corto plazo, que poco a poco nos lleven hacia ello), será la gran pregunta: “¿Qué necesito cambiar para lograrlo?”. Si hacemos siempre las mismas cosas, es obvio que vamos a obtener los mismos resultados, es como profundizar el cauce de un río, porque el agua pasa siempre por el mismo lugar. Entonces, tenemos que revisar qué cosas debemos cambiar en nuestra actitud y nuestra rutina para poder empezar a formar ese nuevo cauce por el que fluiremos para alcanzar nuestros objetivos. Algo paralelo que podemos hacer antes, es buscar un referente, alguien que haya hecho eso antes exitosamente, y qué hizo esa persona para lograrlo. Si la conocemos, podemos preguntárselo, así como si es alguien reconocido o famoso, quizás le hicieron una nota periodística, tiene una biografía o autobiografía, con la cual pueden inspirarse.

Pero más allá de mirar lo que hace el otro, inevitablemente tendremos que meditar y revisar en nuestros hábitos, y armar un plan de acción: Levantarse más temprano, ponerse una alarma para anotar algo o hacer una actividad, decretar unas horas del día para dedicarnos a esa nueva tarea, reemplazar un hábito negativo por otro positivo, etc. Nunca hay que hacer foco en lo que no queremos, sino solamente en lo que queremos. La mente elabora afirmaciones negativas, pero el subconsciente no procesa las negaciones, por lo cual nunca podrán hacer un cambio positivo en sus vidas si empiezan con “no voy a...”, “no quiero...”. Todo tiene que ser siempre afirmativo y presente, decretando las cosas que queremos que sucedan como si ya fueran parte de nuestra vida. Eso hará que nos conectemos con esas frecuencias que nos alinearán con las emociones y las acciones que acercarán lo que sea necesario para que empecemos a actuar en la dirección que necesitamos para tener éxito.

Por ejemplo, en el caso de un fumador, en lugar de decir “no voy a fumar más”, sino decretar “Dejaré de fumar”. Y las afirmaciones positivas que serán nuestras bases para darnos la convicción y fuerza de lograrlo, podrían ser: “Soy una persona que está tranquila, que tiene control de sus necesidades e impulsos, estoy sano/a, me amo a mí mismo y estoy haciendo las cosas para mi mayor bienestar, sé qué hacer para controlarme”.

Una vez que hicimos esa lista de cambios mentalmente, podemos proceder a escribirlas en una hoja, la lista de acciones de nuestra carta de compromiso. El “voy a...” no suele funcionar, porque vivimos diciéndolo, y la mayoría de las veces no lo cumplimos, ya que además está planteado a futuro, y el futuro no existe. Decretar en presente, siempre, “Me levanto a X hora, dedico 15 minutos a hacer esto, llamo a Fulanito para...”, etc., etc. Y “sólo por hoy” es la clave, podemos hacer un cronograma diario o semanal para organizar nuestro tiempo, pero no gastemos energía demás en pensar qué haremos más adelante, sino el presente, en el momento actual.

Podemos practicar este bonito método y ejercicio con algo sencillo primero, para comprobar cuan poderoso es y lo bien que funciona, siempre y cuando se sigan los lineamientos planteados. Si a poco de avanzar ya estamos pensando “pero, ¿qué pasaría si...?”, “¿y si no me sale bien?”, e infinitos peros y excusas, estamos desconfiando completamente de nosotros mismos, y lo que sin dudas se materializará, serán esas cosas hipotéticas que nos planteamos, en lugar de nuestro plan de crecimiento personal. Así de delicado es el funcionamiento de nuestra mente y la manifestación de la realidad, por lo cual debemos ser sumamente cuidadosos con nuestros pensamientos y emociones.

Lleva práctica, paciencia, amor, sabiduría, experiencia, compasión, compromiso, perseverancia y valentía. Con los primeros resultados positivos, será tan evidente la diferencia y lo bien que nos sentimos, que será natural cómo buscaremos para seguir aplicando la práctica y el cuidado de los pensamientos y acciones conscientes y positivos a todas las áreas de nuestra vida, para vivir en nuestro mayor estado de bienestar, alineados con nuestro auténtico Ser. Namasté 🙏💖

 

sábado, 8 de octubre de 2022

Arquitectos de nuestro propio destino - Parte 1


Si alguien nos dijera que nosotros podemos delinear con bastante precisión y éxito el camino que tomará nuestras vidas desde el día presente –con todas nuestras circunstancias actuales que ya conocemos–, encaminándolo en línea recta hacia todo lo que anhelamos y soñamos, viviendo en paz y abundancia, en el que predomine nuestro buen ánimo y una energía inagotable, y que alcanzaríamos a acertar en rasgos generales lo que sucederá en un plazo corto y medio con nuestra vida, muchos descreerían de ello. Pero no es cuestión de creer o no creer, sino que la evidencia lo dirá por sí misma en cuanto revisen su vida, y se propongan hacer un pequeño cambio, que los preparará para otros más grandes luego.

Partamos de la premisa de que la “realidad” no existe, ya que no hay una realidad única, sino que es producto de nuestra perspectiva, y de nuestros pensamientos. De seguro ya habrá más de un lector frunciendo el ceño ya que no coincide con esta premisa, argumentando “sí la hay, estoy aquí, tengo este teléfono o computadora frente a mí, vivo en este país, en el que suceden estas cosas”. Sí, por supuesto, pero ese no es el concepto de realidad que estamos analizando aquí, sino en que no hay una única exacta y rígida realidad para todo, ya que depende del ojo con el que se lo mida.

Por ejemplo, lo que para una persona puede ser un plato con poca comida, para otro puede ser mucha, un perro para alguien puede ser un animal adorable, y a otro le generaría rechazo o terror, un pedazo de metal que intentemos doblar, puede resultarnos fácil o blando, mientras que a otro le esté por reventar la vena de la frente de la cabeza de tanta fuerza que aplica y no lo logra, una persona puede parecerle admirable a unos, y repudiable a otros. La abundancia, para algunos sólo representa lo monetario, el poder y lo material, mientras que para otros puede ser tener una vida llena de amor, cumpliendo su propósito, agradeciendo cada cosa que forma parte de su vida, y tener más o menos posesiones no afecta su concepto de riqueza.

Así como podemos coincidir seguramente en estos aspectos, no hay mucha diferencia con respecto a cómo podemos percibir nuestra realidad, y lo que representa, o a qué emociones y acciones nos lleva. Una crisis puede provocar pánico o hacer que alguien se haga un ovillo en la cama por horas o días, mientras que para otra persona podría ser una gran oportunidad de cambiar de rumbo, de hacer algo nuevo, de que se cierre una puerta y se abra otra, y lo recibiría con desafío y entusiasmo, con los brazos abiertos.

Ser honestos con lo que realmente queremos para nuestras vidas, ya sea qué estudiar, de qué trabajar, qué hacer con nuestro tiempo libre, dónde vivir, cómo nos relacionamos con los demás, y qué emociones sentimos, es un primer paso y requiere de valentía. ¿Por qué valentía? Porque podemos encontrarnos con muchas cosas que hicimos a un lado, que nos negamos para conformar a otros, o para alcanzar una supuesta seguridad (personal, social o económica) que tarde o temprano reconocemos que no nos satisface, y que nos produce más incertidumbres y malestares que certezas, y hay que saber aceptar que hemos convivido con esa realidad por nuestras decisiones o acciones. O porque llevarlo a cabo significaría cambiar muchas cosas en nuestra vida, y la incertidumbre o la crítica acechan en cada esquina, y perdemos el fuego inicial. No hace falta decirlo en voz alta, con que lo digamos y aceptemos para nosotros mismos alcanza. Probablemente los que lo confiesen repentinamente o a viva voz, sorprendiendo a su entorno, sean lo que llegaron a un punto de inflexión, no pueden contener dentro ni tolerar más una determinada circunstancia, y explotan con angustia, frustración o iras.



Veamos primero lo que hay en la tierra pantanosa, para luego tener el camino despejado para la luz y fuerza. Los detractores, negados en su poder de cambiar su realidad si lo quisieran y realmente se lo propusieran, argumentarían “No puedo cambiar a mi familia/lo que pasa en mi país/la sociedad en la que vivo”. Y ahí mismo está la clave. No, no se trata de cambiar el entorno, o esperar a que las cosas “mejoren” y se den, para que nosotros podamos estar mejor, o hacer esas cosas que queremos. Solamente se trata de hacerlo nosotros, sólo nuestra parte en el juego, ser los generadores de esas situaciones o emociones que anhelamos, ser los arquitectos de nuestro bienestar presente. Empezando con pasitos de bebé, quizás, porque es complejo re-programar realidades y creencias que tuvimos anquilosadas desde hace años, incluso desde que nacimos. Porque ciertamente la cultura social y nuestra familia son los primeros y más grandes determinantes de aquellas, pero sólo hasta un punto, luego tenemos que empezar a ser responsables por nosotros mismos, dejar de patalear sobre el pasado, y ponernos manos a la obra. Y si tenemos problemas de baja autoestima y confianza, hay que empezar ahí, a sanar eso, porque sólo un tronco fuerte y con buenas raíces puede sobrellevar una ventisca.

No podemos evitar en un principio que alguien nos grite o nos hable de mala forma, o que no cumpla sus tareas, pero sí podemos ponerle un límite, comunicarle cómo queremos que se dirija a nosotros, o qué sucede si no hace lo que le corresponde. Así como que una persona cercana y querida tenga sus expectativas de qué deberíamos hacer con nuestra vida y nuestro tiempo (estudio, trabajo, salud, hobbie, etc.), y nos presione a cumplirlas, ante lo cual nosotros bien podemos pisar fuerte y confiar en lo que queremos ser o hacer, comunicarlo con firmeza y serenidad, y hacerlo. Otra cosa, es que no nos animemos a hacerlo, porque podría derivar en una discusión, en que esa persona se aleje, o que las cosas se pusieran más difíciles para nosotros si perdemos su apoyo, compañía, sociedad.

Ah, entonces... Sí se puede cambiar todo eso, sólo que en la balanza ponemos las opciones, y nos quedamos con la más segura, cómoda y controlable, la llamada “zona de confort”, por más que no tenga mucho de confortable y seamos infelices con ella. Creemos que no podemos superarlo porque tenemos miedo, inseguridad, no creemos en nosotros mismos ni en que podemos lograr todo lo que nos propongamos, ni que nos merecemos toda la abundancia del Universo porque sólo unos pocos tienen derecho a eso (gracias a una situación privilegiada, o conseguirlo a base de sangre, sudor y lágrimas). Y ahí hay otro trabajo pendiente con nuestro yo. Claro que no todo es blanco o negro, de todo lo que sucede en nuestra vida presente (porque no podemos cambiar el pasado, ni adivinar el futuro, con lo cual no vale la pena ponerle energía y emociones a eso, es como un perro mordiéndose su propia cola).

Hay tres formas de lidiar con una problemática: Una, es al hacer el cambio según nuestra completa decisión de bienestar y autenticidad. Otra, es negociar un punto medio, conversándolo con honestidad y con un acuerdo común y claro entre las partes. Y la tercera opción es no plantear nuestro desacuerdo, callarnos y ceder completamente al designio del otro, y que las cosas sigan igual. Al respecto de esta última opción vale mencionar que, si la elegimos, no hay lugar luego a quejas, a murmurar por lo bajo o a despotricar la injusticia de nuestra vida a otro, el modo víctima de las circunstancias. No, si elegimos renunciar a aquello, tenemos que hacernos cargo al cien por ciento, y lidiar con las consecuencias que elegimos. Porque tuvimos la oportunidad de hacer algo distinto, pero no quisimos. No tiene que ser un campo de rosas, a veces hay que elegir el mal menor, pero tenemos que aceptar nuestra completa responsabilidad en el devenir de nuestra realidad. Como se mencionó en un artículo anterior, la ley de la vida que decreta “Uno cosecha lo que siembra”. Causa y consecuencia.



Tomar responsabilidad permite cambiar el entorno. Observar lo que hacemos, dónde se fuga nuestro tiempo y nuestra energía, cómo son nuestros vínculos y prioridades, para poder elaborar una estrategia que optimice todo eso y nos encamine a la realidad que queremos vivir. El mundo exterior es un reflejo del mundo interior, el espejo que nos devuelve todo, se materializa y manifiesta lo que pensamos, creemos y hacemos. Por lo tanto, controlando los pensamientos y la manera de reaccionar a los acontecimientos de la vida, uno empieza a controlar su presente, y con ello su destino. Como se suele decir, “si no te gusta el rumbo que está tomando tu vida, recuerda que tú tienes el volante”.

Lo hermoso de este proceso de toma de conciencia de nuestro poder de pensamiento y de acción, es que cuando entendemos que podemos aplicarlo día a día para desarrollar al máximo nuestro potencial, desde las cosas más pequeñas (lo cual se recomienda en un comienzo) a las más grandes que conviertan nuestros sueños en realidad, no habrá más que plenitud y abundancia en nuestra vida. Obraremos con mucha más virtud, ya que estaremos más animados, compasivos, pacientes y con plena disposición a compartirlo con otros, porque también deseamos esa dicha para los demás. A vibrar en amor.

Una de las primeras preguntas que debemos hacernos, en cualquier área (salud, relaciones, trabajo, estudio, etc.) es “¿Yo quiero esto para mi vida? ¿Sería feliz haciéndolo/estando así cada día por los próximos años?”. Aquí quizás haya que ser más precisos, porque podemos estar satisfechos con lo que estamos haciendo, pero podría estar fallando el cómo, que lo estemos haciendo de una forma que no nos satisfaga o inspire. Será cuestión de empezar con un autoexamen y visualizar con toda honestidad de corazón lo que queremos para nuestra vida. Si no tenemos una meta, si no sabemos qué queremos conseguir, y principalmente, para qué, entonces probablemente seguiremos perdidos sin rumbo, manteniendo hábitos que nos alejan del camino. Otra buena pregunta, sería “¿Qué es lo peor que podría fallar si no lo hago, si no lo consigo?”. Y una más, porque tres es un número poderoso, “¿Qué aportaría a mi vida si hago eso que anhelo?”

Con estas bases, voy a dedicar el próximo artículo a cómo podemos llevar a la práctica estos preceptos, para comenzar a enfocarnos y manifestar en nuestra vida la realidad que queremos, basada en nuestro auténtico y profundo bienestar y alineado con nuestro propósito en esta vida. Recordemos que cada cosa que decimos, sentimos o hacemos, es voluntaria, y por lo tanto, puede cambiarse en pos de hábitos más saludable. Namasté 🙏💖