viernes, 30 de septiembre de 2022

Conectando con el bienestar y la conciencia espiritual, un camino de ida

 


Llega un día en que nos detenemos por un momento de la vorágine mental cotidiana, y conectamos con “algo más”, que en realidad no es más que la pura esencia de nosotros mismos, lo más auténtico de nuestro Ser. Puede suceder con una profunda meditación, con una sesión de terapia Reiki, una práctica de yoga, o al recostarnos contra un árbol, sobre la hierba, o junto al mar. Ese momento en que desaparece la sensación del tiempo y espacio, incluso de nuestro propio cuerpo físico, sólo somos nuestra paz interior, y estamos completamente centrados en el presente: Esa calma y serenidad, una mente que susurra dulce y positiva, vibramos en amor, y surge en nuestro interior una luz está destinada a brillar por siempre. Porque al fin la percibimos, la conocimos, o, mejor dicho, la reconocimos, ya que siempre estuvo ahí, y una vez que conectamos, no hay vuelta atrás, y en buena hora, porque abre el camino más profundo y amoroso para nuestras vidas.

Sólo basta esa vez para empezar a hacernos preguntas, que nos llevarán como un niño con su naturaleza curiosa a todos los “¿por qué?” del Universo, aunque no tengamos las respuestas. Y los niños son bien maravillosos y vale aprender de ellos, grandes maestritos, ya que en su tierna e inocente infancia no juzgan, no ponen límites a lo que perciben o imaginan, sólo sienten y creen. Mientras que los adultos, por el contrario, solemos pasar todo por nuestros innumerables y parciales filtros, tachamos opciones sin conocerlas, y desconfiamos de nuestro instinto e intuición, porque ponemos a la mente racional en el altar de todo lo que está bien. Así es este sistema de “civilización”, así nos educaron desde pequeños, aunque siempre están los que cuestionan los límites impuestos, ven otra posibilidad para ellos y para todo el mundo, y tratan de despertar a los demás, para compartir esa maravillosa realidad que les había sido vedada sin saberlo.

Y por algo, no es casualidad (nada lo es) que nos emociona y nos llama fuertemente cuando vemos cómo viven, por dar un ejemplo, las tribus autóctonas de todo el mundo, cómo son tan diestros tanto en sus habilidades, así como en su conexión con la tierra. Cómo conectan con los animales, las plantas, los árboles, con los materiales de sus ropas y sus herramientas, y entre ellos mismos. Cómo agradecen, y aceptan lo que la vida natural les provee. También sucede con los documentales o imágenes del mundo natural, que nos fascina y hasta nos emociona profundamente, y no sólo por lo bonito. No es casualidad, tampoco, que hallamos nuestra mayor paz y tranquilidad interior cuando vamos a vacacionar o a vivir a un lugar natural y puro, nos sentimos renovados y equilibrados, recargados de energía. Algo nos queremos decir a nosotros mismos con eso, y a veces, por suerte, nos escuchamos.


Esa paz, tranquilidad, felicidad, este bienestar... ¿Podemos vivir en ese estado continuamente? La respuesta es que sí, aunque por supuesto tiene sus grises, todo depende de nuestra interpretación, y lo que ponemos en la balanza. Estamos acostumbrados a pensar que no, que la vida “normal” tiene que ser la sufrida, la que cuesta sudor, sangre y lágrimas, y que sólo entonces nos merecemos como premio ese ratito de bienestar, ese atisbo de abundancia. “No puede ser tan fácil”, nos decimos, y lo comprobamos cuando vemos a nuestras familias, amigos, y a gente de cada recoveco del mundo subiendo la pendiente igual que nosotros, añorando esos dos días del fin de semana de un poco de relajo, libertad y disfrute, para volver a suspirar resignados o gruñir ante los otros cinco. Porque los “¡al fin viernes!” y “oh, no, de nuevo lunes” los conocemos todos, excepto quizás (o por momentos) los que elegimos trabajar alineados con nuestra vocación y propósito, aunque tampoco nos exime de otros desafíos y suspiros.

Que sí, son bien lindos y disfrutables, el fin de semana y las vacaciones, pero se terminan y... ¿otra vez al ruedo? ¿No habrá otra forma? ¿Una alternativa en la cual no tengamos solamente que esperar a esos añorados días para sentir que bajamos las revoluciones, respiramos hondo, y que volvemos a conectar con nosotros mismos? Claro que la hay, y es más accesible de lo que pensamos, aunque a la vez, por un buen tiempo es una de las más desafiantes de mantener. Porque en cuanto nuestros ojos brillaron con inspiración y con la propuesta de hacer unos cambios y seguir un camino más amoroso y pleno para nosotros mismos, puede tardar unos días en que la realidad (con muchas comillas) nos baja de un hondazo y nuestra mente nos dice “muy bonito todo, pero aquí nos dejo la lista de pendientes, preocupaciones y lamentos, espero que no te hayas olvidado de atendernos”.

Y ese es el quid de la cuestión, la señora mente, el ego, ese potente mecanismo que lleva de la correa bien corta a la “realidad”, y pone el rollo de película a andar, haciéndonos creer que es el único camino. Lo malo, es que suele ganarnos la pulseada y es más caprichosa e insistente que un niño berrinchudo. Lo bueno, es que es posible “domarla”, poco a poco hacerla cooperar con nosotros, pero sólo si tenemos suficientemente en claro lo que queremos lograr con ello. Una pizca de duda, y ahí hincó los dientes una vez más, para arrastrarnos a las profundidades, y guiarnos por el terreno pantanoso del que cuesta salir, porque estamos demasiado acostumbrados a vivir así, y a veces ni siquiera nos damos cuenta que nos entregamos de brazos abiertos a ello.

Luchar con la mente es una tarea titánica, y, lo que es peor, improductiva. Esto no significa que haya que resignarse a sus presiones, sino que hay que ser más astuto, y pensar en la atención. Así como el angelito y el diablillo susurrándonos en cada hombro, hay algo cierto, y es que siempre están ahí. La cuestión en parte es nuestra decisión de a quién atender y alimentar más. Y si queremos vivir en bienestar, consciencia, amor y abundancia, no es muy difícil considerar a quién nos conviene más atender. Eso, al menos como foco, luego viene la interesante tarea sin fin de llevarlo a la práctica. Para lograrlo, hay dos claves: Estar presente, con la mente en el aquí y ahora, y observar nuestros pensamientos, sin juzgar.

Un bonito ejercicio que me gusta practicar, y se los recomiendo, es el de concentrarse y prestar atención a todo lo que sus sentidos les ofrezcan alrededor, degustar nuestro entorno, pero sin ponerle un valor. Si el sol nos calienta el rostro, o cómo una brisa fresca nos acaricia. Los colores que vemos, sean de árboles, coches o de nuestra casa u oficina. Lo que oímos, su timbre, intensidad y riqueza. Si algún aroma está presente en el aire, o si agarramos alguna fruta o verdura, e inspirar profundo para inundar nuestra nariz con ello. Si estamos saboreando un alimento, su textura, su sabor. Exprimir con paciencia y gusto cada sensación. Y entonces, cuando terminemos con aquello, si lo hicimos con consciencia y presencia, sin distraernos con otra cosa, es muy posible que nos sintamos como si hubiéramos despertado de un sueño. Nos encontramos apacibles, calmados, en un mayor grado de silencio mental. Incluso podremos notar cómo las últimas preocupaciones que nos aquejaban desaparecieron en ese rato. Qué curioso, ¿verdad?

Esa es la conexión, eso es estar presente, ese es el faro que guiará nuestro camino al bienestar.

Namasté 🙏💖

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario