martes, 18 de octubre de 2022

Arquitectos de nuestro propio destino - Parte 2

La autenticidad es una de las mayores dichas que podemos tener en nuestra vida. Ser honestos y actuar en consecuencia con nuestras intenciones, sentimientos, sueños, conectados con nuestro corazón. “Ser uno mismo” es el estado más liberador que pueda haber, ya que obramos en consonancia con nuestra esencia, desde nuestras convicciones, y es como una brújula cuyo norte equivale a nuestra felicidad. Cuando se lo decimos a alguien más, suele ser un halago, un valor positivo que reconocemos en el otro, y lo felicitamos por ello, aunque lo hacemos notar como si no fuese lo más común.

Y es que, en un punto, pareciera que ser auténticos no sería tan accesible, que incluso requiriera bastante coraje y confianza permitírnoslo. Si lo pensamos un poco, debería ser lo más común y sencillo, un camino recto: “Quiero esto para mi vida, entonces lo hago”, “Pienso esto, lo expreso sin dudarlo”. Claro que habría que hacer un paréntesis, aclarando que este ideal se relaciona a pensamientos y decisiones nacidas desde la buena intención, el amor y el bienestar, no a un capricho o algo que pudiera hacerle mal a otro (como ser desconsiderados con los valores o gustos de los demás, o actuar egoístamente).

La primera gran pregunta, si con una mano en el corazón reconocemos que no solemos ser auténticos, es “¿Qué nos lo impide?”. ¿Por qué no nos animaríamos a expresar y hacer realidad lo que conlleva nuestra tranquilidad y felicidad? Con respecto a lo primero, la respuesta –por no decir excusa– suele direccionarse a un temor frente a “perder” algo del entorno, ya sea la aprobación de la familia, amigos, pareja, el ambiente de trabajo, lo que la sociedad considera más o menos “normal”. Sin embargo, la verdadera respuesta es que nosotros nos lo impedimos, ni más ni menos, ya que cualquiera que fuera el motivo que nos retiene a ser auténticos, estamos eligiendo eso por encima de nuestros más sinceros sentimientos, pensamientos y anhelos. Es decir que, así como nos quitamos algo, también podemos coincidir en que podemos dárnoslo, hacerlo, está en nuestro entero poder de decisión.

Una de las principales claves para ser arquitectos de nuestro destino es ser auténticos, ya que eso refiere a la responsabilidad que tomamos por nuestras decisiones. Otra de las claves, es tener la voluntad, disciplina y compromiso de hacer ese camino que queremos, o también un cambio, para acercarnos un poco más a dicho camino, si un día nos detenemos y al mirar alrededor, nos damos cuenta cuánto nos habíamos desviado. Con respecto a esta última clave, suele agazaparse en las sombras la principal excusa que, me atrevería a decir, todos dijimos al menos alguna vez: “No tengo tiempo”. Queremos hacer algo nuevo, o empezar un proyecto a la par de lo que ya hacemos en nuestra vida diaria, o seguir una buena recomendación nos animamos a hacer algo extra para nuestro mayor bienestar (por ejemplo, meditar, o controlar nuestros pensamientos para que siempre sean positivos). Pero allí está, el gran freno, el que de un manotazo tira abajo nuestro entusiasmo original, y se alía con nuestra zona de confort para retenernos de hacer algo nuevo o desafiante.

Sin embargo, les comparto una maravillosa cita del libro “El monje que vendió su Ferrari”: “Amigo mío, decir que no tienes tiempo para mejorar tus pensamientos es como decir que no tienes tiempo para echar gasolina porque estás demasiado ocupado conduciendo”. Es genial, ¿verdad? Tan cierto... Así como otra famosa frase que nos repetimos, la madre de la postergación, “mañana empiezo” (mejor amiga del “el lunes empiezo la dieta”). Si nos decimos alguna de estas dos frases, u otras variantes similares, el problema original radica en que no estamos lo suficientemente motivados para hacerlo, no hay lugar para el fuego de la pasión, ese motor que nos permite hacer todo lo que nos proponemos y más, porque de seguro que para las cosas que nos apasionan encontramos tiempo para hacerlas, incluso para otras que nos entretienen pero no aportan ningún crecimiento personal a nuestra vida, como mirar las redes sociales de los demás, y quizá de gente que ni siquiera conocemos. Entonces, habría que preguntarse el “¿para qué” queremos hacer eso, y encontrar el motivo motivador más fuerte, que convierta el “no tengo tiempo” en “¡no puedo esperar para empezar!”.

Veremos que con eso hasta desaparece el cansancio o la fatiga mental que teníamos minutos antes, y es que en buena parte ese cansancio suele ser más mental que físico. ¿Les pasó que hicieron quizás poco o nada un día, pero se sintieron terriblemente cansados o soñolientos por la tarde-noche? Mientras que otras veces pudieron estar trabajando o haciendo un proyecto por horas, y no hubo asomo de agotamiento, todo lo contrario. La fatiga es mental, y es la señal de nuestra conciencia de que no estamos haciendo nada que nos llene, que colabore con nuestra vocación, ni con la misión en esta vida. Sin embargo, ese estado no es real, ya que si de pronto se presenta algo que sí nos entusiasma o gusta mucho, es como si mágicamente desapareciera, no queda ni pizca de ello. Por lo cual, la clave siempre está en buscar la chispa del entusiasmo y que nos permita conectar nuestro corazón y espíritu con nuestra tarea, por pequeña que sea. Ver a través de ella, preguntarnos qué tiene para enseñarnos esa experiencia, y hasta agradeceremos ocuparnos de ella, porque de seguro creceremos cuando la acabemos.

Entonces, la clave es despertar la pasión, encender ese motor, para lo cual la mejor gasolina es visualizar el resultado que queremos. Si nos aventuramos a ese nuevo proyecto o la decisión que hayamos tomado, ¿qué obtendremos cuando sea parte de nuestra realidad? Hagamos el ejercicio de sentarnos un momento, tranquilos y sin nada que nos interrumpa, y demos rienda suelta a nuestra imaginación, para ver como una película en nuestra cabeza todo aquello que lograremos. Y lo más importante, sentirlo. Como nos estamos anticipando un poco, ya que todavía no empezamos a hacer ese proyecto o cambio, podemos evocar las emociones y sensaciones que creemos que vamos a sentir cuando lo logremos. Sentir el sentimiento, saborear cuan feliz, animados y satisfechos estaremos, cuánto disfrutaremos con ese logro nuestra nueva realidad.

El hombre con una de las mentes científicas más brillantes y creativas, Albert Einstein, dijo “la imaginación es más importante que el saber”. La mente trabaja con imágenes, y a su vez, estas tienen el poder de evocar emociones. Por lo tanto, ese es el orden ideal: Meditar qué queremos hacer, visualizarlo con toda claridad en nuestra mente, y luego hacer el ejercicio de sentir en nuestro cuerpo esas emociones. Eso nos dará el entusiasmo y el motor suficientes para motivarnos. Y si en algún momento dudamos o flaqueamos, ya que la zona de confort sin dudas intentará jalarnos para que volvamos a terreno seguro y conocido, podemos volver a hacer ese ejercicio de visualización las veces que sea necesario para insuflarnos nuevamente de decisión y voluntad. Incluso podemos buscar imágenes en revistas, o imprimirlas, y que hagan referencia a lo que queremos hacer o alcanzar, para ayudarnos a enfocar.

Ese ejercicio será nuestra brújula. Lo siguiente, muy recomendable, será escribirlo. Eso mismo que visualizamos, con todos los detalles, convertirlo en palabras escritas a mano. Es especialmente importante que lo hagamos con nuestro puño y letra en una hoja, no en el teléfono celular o en una computadora. De esa forma, imprimiremos así nuestra energía, y se volverá “real”, nuestra voluntad de cambio finalmente expresada, la cual funciona como una carta de compromiso. Las palabras son la encarnación verbal del poder, contienen frecuencias, más elevadas o más densas según la intención y los sentimientos, por lo cual materializan la realidad que nuestra mente evoca.

Lo siguiente, una vez trazado nuestro objetivo y decretadas nuestras metas en un plazo determinado (si la conclusión del proyecto o cambio es a largo plazo, entonces ponerse metas accesibles y comprobables a corto plazo, que poco a poco nos lleven hacia ello), será la gran pregunta: “¿Qué necesito cambiar para lograrlo?”. Si hacemos siempre las mismas cosas, es obvio que vamos a obtener los mismos resultados, es como profundizar el cauce de un río, porque el agua pasa siempre por el mismo lugar. Entonces, tenemos que revisar qué cosas debemos cambiar en nuestra actitud y nuestra rutina para poder empezar a formar ese nuevo cauce por el que fluiremos para alcanzar nuestros objetivos. Algo paralelo que podemos hacer antes, es buscar un referente, alguien que haya hecho eso antes exitosamente, y qué hizo esa persona para lograrlo. Si la conocemos, podemos preguntárselo, así como si es alguien reconocido o famoso, quizás le hicieron una nota periodística, tiene una biografía o autobiografía, con la cual pueden inspirarse.

Pero más allá de mirar lo que hace el otro, inevitablemente tendremos que meditar y revisar en nuestros hábitos, y armar un plan de acción: Levantarse más temprano, ponerse una alarma para anotar algo o hacer una actividad, decretar unas horas del día para dedicarnos a esa nueva tarea, reemplazar un hábito negativo por otro positivo, etc. Nunca hay que hacer foco en lo que no queremos, sino solamente en lo que queremos. La mente elabora afirmaciones negativas, pero el subconsciente no procesa las negaciones, por lo cual nunca podrán hacer un cambio positivo en sus vidas si empiezan con “no voy a...”, “no quiero...”. Todo tiene que ser siempre afirmativo y presente, decretando las cosas que queremos que sucedan como si ya fueran parte de nuestra vida. Eso hará que nos conectemos con esas frecuencias que nos alinearán con las emociones y las acciones que acercarán lo que sea necesario para que empecemos a actuar en la dirección que necesitamos para tener éxito.

Por ejemplo, en el caso de un fumador, en lugar de decir “no voy a fumar más”, sino decretar “Dejaré de fumar”. Y las afirmaciones positivas que serán nuestras bases para darnos la convicción y fuerza de lograrlo, podrían ser: “Soy una persona que está tranquila, que tiene control de sus necesidades e impulsos, estoy sano/a, me amo a mí mismo y estoy haciendo las cosas para mi mayor bienestar, sé qué hacer para controlarme”.

Una vez que hicimos esa lista de cambios mentalmente, podemos proceder a escribirlas en una hoja, la lista de acciones de nuestra carta de compromiso. El “voy a...” no suele funcionar, porque vivimos diciéndolo, y la mayoría de las veces no lo cumplimos, ya que además está planteado a futuro, y el futuro no existe. Decretar en presente, siempre, “Me levanto a X hora, dedico 15 minutos a hacer esto, llamo a Fulanito para...”, etc., etc. Y “sólo por hoy” es la clave, podemos hacer un cronograma diario o semanal para organizar nuestro tiempo, pero no gastemos energía demás en pensar qué haremos más adelante, sino el presente, en el momento actual.

Podemos practicar este bonito método y ejercicio con algo sencillo primero, para comprobar cuan poderoso es y lo bien que funciona, siempre y cuando se sigan los lineamientos planteados. Si a poco de avanzar ya estamos pensando “pero, ¿qué pasaría si...?”, “¿y si no me sale bien?”, e infinitos peros y excusas, estamos desconfiando completamente de nosotros mismos, y lo que sin dudas se materializará, serán esas cosas hipotéticas que nos planteamos, en lugar de nuestro plan de crecimiento personal. Así de delicado es el funcionamiento de nuestra mente y la manifestación de la realidad, por lo cual debemos ser sumamente cuidadosos con nuestros pensamientos y emociones.

Lleva práctica, paciencia, amor, sabiduría, experiencia, compasión, compromiso, perseverancia y valentía. Con los primeros resultados positivos, será tan evidente la diferencia y lo bien que nos sentimos, que será natural cómo buscaremos para seguir aplicando la práctica y el cuidado de los pensamientos y acciones conscientes y positivos a todas las áreas de nuestra vida, para vivir en nuestro mayor estado de bienestar, alineados con nuestro auténtico Ser. Namasté 🙏💖

 

sábado, 8 de octubre de 2022

Arquitectos de nuestro propio destino - Parte 1


Si alguien nos dijera que nosotros podemos delinear con bastante precisión y éxito el camino que tomará nuestras vidas desde el día presente –con todas nuestras circunstancias actuales que ya conocemos–, encaminándolo en línea recta hacia todo lo que anhelamos y soñamos, viviendo en paz y abundancia, en el que predomine nuestro buen ánimo y una energía inagotable, y que alcanzaríamos a acertar en rasgos generales lo que sucederá en un plazo corto y medio con nuestra vida, muchos descreerían de ello. Pero no es cuestión de creer o no creer, sino que la evidencia lo dirá por sí misma en cuanto revisen su vida, y se propongan hacer un pequeño cambio, que los preparará para otros más grandes luego.

Partamos de la premisa de que la “realidad” no existe, ya que no hay una realidad única, sino que es producto de nuestra perspectiva, y de nuestros pensamientos. De seguro ya habrá más de un lector frunciendo el ceño ya que no coincide con esta premisa, argumentando “sí la hay, estoy aquí, tengo este teléfono o computadora frente a mí, vivo en este país, en el que suceden estas cosas”. Sí, por supuesto, pero ese no es el concepto de realidad que estamos analizando aquí, sino en que no hay una única exacta y rígida realidad para todo, ya que depende del ojo con el que se lo mida.

Por ejemplo, lo que para una persona puede ser un plato con poca comida, para otro puede ser mucha, un perro para alguien puede ser un animal adorable, y a otro le generaría rechazo o terror, un pedazo de metal que intentemos doblar, puede resultarnos fácil o blando, mientras que a otro le esté por reventar la vena de la frente de la cabeza de tanta fuerza que aplica y no lo logra, una persona puede parecerle admirable a unos, y repudiable a otros. La abundancia, para algunos sólo representa lo monetario, el poder y lo material, mientras que para otros puede ser tener una vida llena de amor, cumpliendo su propósito, agradeciendo cada cosa que forma parte de su vida, y tener más o menos posesiones no afecta su concepto de riqueza.

Así como podemos coincidir seguramente en estos aspectos, no hay mucha diferencia con respecto a cómo podemos percibir nuestra realidad, y lo que representa, o a qué emociones y acciones nos lleva. Una crisis puede provocar pánico o hacer que alguien se haga un ovillo en la cama por horas o días, mientras que para otra persona podría ser una gran oportunidad de cambiar de rumbo, de hacer algo nuevo, de que se cierre una puerta y se abra otra, y lo recibiría con desafío y entusiasmo, con los brazos abiertos.

Ser honestos con lo que realmente queremos para nuestras vidas, ya sea qué estudiar, de qué trabajar, qué hacer con nuestro tiempo libre, dónde vivir, cómo nos relacionamos con los demás, y qué emociones sentimos, es un primer paso y requiere de valentía. ¿Por qué valentía? Porque podemos encontrarnos con muchas cosas que hicimos a un lado, que nos negamos para conformar a otros, o para alcanzar una supuesta seguridad (personal, social o económica) que tarde o temprano reconocemos que no nos satisface, y que nos produce más incertidumbres y malestares que certezas, y hay que saber aceptar que hemos convivido con esa realidad por nuestras decisiones o acciones. O porque llevarlo a cabo significaría cambiar muchas cosas en nuestra vida, y la incertidumbre o la crítica acechan en cada esquina, y perdemos el fuego inicial. No hace falta decirlo en voz alta, con que lo digamos y aceptemos para nosotros mismos alcanza. Probablemente los que lo confiesen repentinamente o a viva voz, sorprendiendo a su entorno, sean lo que llegaron a un punto de inflexión, no pueden contener dentro ni tolerar más una determinada circunstancia, y explotan con angustia, frustración o iras.



Veamos primero lo que hay en la tierra pantanosa, para luego tener el camino despejado para la luz y fuerza. Los detractores, negados en su poder de cambiar su realidad si lo quisieran y realmente se lo propusieran, argumentarían “No puedo cambiar a mi familia/lo que pasa en mi país/la sociedad en la que vivo”. Y ahí mismo está la clave. No, no se trata de cambiar el entorno, o esperar a que las cosas “mejoren” y se den, para que nosotros podamos estar mejor, o hacer esas cosas que queremos. Solamente se trata de hacerlo nosotros, sólo nuestra parte en el juego, ser los generadores de esas situaciones o emociones que anhelamos, ser los arquitectos de nuestro bienestar presente. Empezando con pasitos de bebé, quizás, porque es complejo re-programar realidades y creencias que tuvimos anquilosadas desde hace años, incluso desde que nacimos. Porque ciertamente la cultura social y nuestra familia son los primeros y más grandes determinantes de aquellas, pero sólo hasta un punto, luego tenemos que empezar a ser responsables por nosotros mismos, dejar de patalear sobre el pasado, y ponernos manos a la obra. Y si tenemos problemas de baja autoestima y confianza, hay que empezar ahí, a sanar eso, porque sólo un tronco fuerte y con buenas raíces puede sobrellevar una ventisca.

No podemos evitar en un principio que alguien nos grite o nos hable de mala forma, o que no cumpla sus tareas, pero sí podemos ponerle un límite, comunicarle cómo queremos que se dirija a nosotros, o qué sucede si no hace lo que le corresponde. Así como que una persona cercana y querida tenga sus expectativas de qué deberíamos hacer con nuestra vida y nuestro tiempo (estudio, trabajo, salud, hobbie, etc.), y nos presione a cumplirlas, ante lo cual nosotros bien podemos pisar fuerte y confiar en lo que queremos ser o hacer, comunicarlo con firmeza y serenidad, y hacerlo. Otra cosa, es que no nos animemos a hacerlo, porque podría derivar en una discusión, en que esa persona se aleje, o que las cosas se pusieran más difíciles para nosotros si perdemos su apoyo, compañía, sociedad.

Ah, entonces... Sí se puede cambiar todo eso, sólo que en la balanza ponemos las opciones, y nos quedamos con la más segura, cómoda y controlable, la llamada “zona de confort”, por más que no tenga mucho de confortable y seamos infelices con ella. Creemos que no podemos superarlo porque tenemos miedo, inseguridad, no creemos en nosotros mismos ni en que podemos lograr todo lo que nos propongamos, ni que nos merecemos toda la abundancia del Universo porque sólo unos pocos tienen derecho a eso (gracias a una situación privilegiada, o conseguirlo a base de sangre, sudor y lágrimas). Y ahí hay otro trabajo pendiente con nuestro yo. Claro que no todo es blanco o negro, de todo lo que sucede en nuestra vida presente (porque no podemos cambiar el pasado, ni adivinar el futuro, con lo cual no vale la pena ponerle energía y emociones a eso, es como un perro mordiéndose su propia cola).

Hay tres formas de lidiar con una problemática: Una, es al hacer el cambio según nuestra completa decisión de bienestar y autenticidad. Otra, es negociar un punto medio, conversándolo con honestidad y con un acuerdo común y claro entre las partes. Y la tercera opción es no plantear nuestro desacuerdo, callarnos y ceder completamente al designio del otro, y que las cosas sigan igual. Al respecto de esta última opción vale mencionar que, si la elegimos, no hay lugar luego a quejas, a murmurar por lo bajo o a despotricar la injusticia de nuestra vida a otro, el modo víctima de las circunstancias. No, si elegimos renunciar a aquello, tenemos que hacernos cargo al cien por ciento, y lidiar con las consecuencias que elegimos. Porque tuvimos la oportunidad de hacer algo distinto, pero no quisimos. No tiene que ser un campo de rosas, a veces hay que elegir el mal menor, pero tenemos que aceptar nuestra completa responsabilidad en el devenir de nuestra realidad. Como se mencionó en un artículo anterior, la ley de la vida que decreta “Uno cosecha lo que siembra”. Causa y consecuencia.



Tomar responsabilidad permite cambiar el entorno. Observar lo que hacemos, dónde se fuga nuestro tiempo y nuestra energía, cómo son nuestros vínculos y prioridades, para poder elaborar una estrategia que optimice todo eso y nos encamine a la realidad que queremos vivir. El mundo exterior es un reflejo del mundo interior, el espejo que nos devuelve todo, se materializa y manifiesta lo que pensamos, creemos y hacemos. Por lo tanto, controlando los pensamientos y la manera de reaccionar a los acontecimientos de la vida, uno empieza a controlar su presente, y con ello su destino. Como se suele decir, “si no te gusta el rumbo que está tomando tu vida, recuerda que tú tienes el volante”.

Lo hermoso de este proceso de toma de conciencia de nuestro poder de pensamiento y de acción, es que cuando entendemos que podemos aplicarlo día a día para desarrollar al máximo nuestro potencial, desde las cosas más pequeñas (lo cual se recomienda en un comienzo) a las más grandes que conviertan nuestros sueños en realidad, no habrá más que plenitud y abundancia en nuestra vida. Obraremos con mucha más virtud, ya que estaremos más animados, compasivos, pacientes y con plena disposición a compartirlo con otros, porque también deseamos esa dicha para los demás. A vibrar en amor.

Una de las primeras preguntas que debemos hacernos, en cualquier área (salud, relaciones, trabajo, estudio, etc.) es “¿Yo quiero esto para mi vida? ¿Sería feliz haciéndolo/estando así cada día por los próximos años?”. Aquí quizás haya que ser más precisos, porque podemos estar satisfechos con lo que estamos haciendo, pero podría estar fallando el cómo, que lo estemos haciendo de una forma que no nos satisfaga o inspire. Será cuestión de empezar con un autoexamen y visualizar con toda honestidad de corazón lo que queremos para nuestra vida. Si no tenemos una meta, si no sabemos qué queremos conseguir, y principalmente, para qué, entonces probablemente seguiremos perdidos sin rumbo, manteniendo hábitos que nos alejan del camino. Otra buena pregunta, sería “¿Qué es lo peor que podría fallar si no lo hago, si no lo consigo?”. Y una más, porque tres es un número poderoso, “¿Qué aportaría a mi vida si hago eso que anhelo?”

Con estas bases, voy a dedicar el próximo artículo a cómo podemos llevar a la práctica estos preceptos, para comenzar a enfocarnos y manifestar en nuestra vida la realidad que queremos, basada en nuestro auténtico y profundo bienestar y alineado con nuestro propósito en esta vida. Recordemos que cada cosa que decimos, sentimos o hacemos, es voluntaria, y por lo tanto, puede cambiarse en pos de hábitos más saludable. Namasté 🙏💖

lunes, 3 de octubre de 2022

Pasiones del alma

¿Les pasó alguna vez que estuvieron tan inmersos haciendo algo que disfrutaban, que pasaron horas y horas sin darse cuenta, incluso olvidándose de comer, en vigilia sin tener una pizca de sueño? Quizás les sucedió mientras practicaban algo que les fascinaba, como una disciplina o deporte, o elaborando un proyecto en cada detalle, o dibujando, pintando, escribiendo, diseñando, etc.

Si lo recuerdan, podemos coincidir en que sentimos un agradable calor que nos recorría el cuerpo, también alegría, entusiasmo, inspiración, emociones propulsoras. Incluso pensar que podríamos hacer esa actividad todos los días, y que, aunque la hiciéramos como un trabajo, la haríamos totalmente gratis y con gusto, de tanto que la disfrutamos. Porque es amor, amor por el trabajo, nos llena, y no tenemos expectativas, sólo vivimos el presente, el hecho de estar haciéndolo es un fin en sí mismo. Los desafíos son tomados con interés y de buena gana, la búsqueda no se termina, sino que queremos llegar más y más profundo. Si dudan qué considerar una verdadera pasión en sus vidas, y no simplemente que les guste mucho hacer algo, coincidir con este párrafo podría ser una buena guía para ello.

Lo que es más impresionante, es cuando nuestra pasión se alinea con nuestros talentos, y entramos en lo que se llama “estado de flujo”. Simplemente deja de existir el mundo alrededor, e incluso la sensación de nuestro propio cuerpo, quizás sólo percibiendo la parte del mismo que es necesaria para hacer la actividad. No es intencional, no puede forzarse, sólo fluimos de forma natural como pez en el agua, y entramos en ese estado tan profundo y particular de plena atención y gozo, sin esfuerzo alguno, en el que todo sucede armonioso y bien. Hay algo de eso, de olvidarnos de nosotros mismos en ese momento, una ausencia del “yo”, y nos sentimos completamente serenos y enfocados, sin dudar, sólo haciendo, fluyendo, como si nuestro espíritu fuera el que tuviera la conexión directa con ese hacer, y si usáramos una herramienta o instrumento, que este fuera una extensión de nuestro cuerpo.

A veces las pasiones son puntuales, y se extinguen cuando cumplimos con la inspiración y el aprendizaje que conlleva. Otras se mantienen a lo largo de mucho tiempo, a veces toda la vida. Y también las hay las que se reinventan, se manifiestan de distintas formas, pero si prestamos atención y profundizamos, podemos comprobar que comparten la misma esencia, el mismo propósito, sólo que son distintas formas de acceder a esa experiencia. También puede ser que una nos lleve a la siguiente, como un hilo conector, que nos va aportando conocimientos graduales para ser luego más eficientes, como un material que se va tallando y puliendo para definirse y brillar.

Hay distintos grados y formas de experimentar las pasiones, pero sin dudas son esenciales para orientarnos y conectarnos con nuestro verdadero Ser, con nuestro propósito en esta vida. Optimizar nuestra energía y dedicarla a algo que realmente nos gusta, en lo que nos sentimos cómodos, y desarrollamos talento para ello. Cuando descubrimos una pasión, muchas veces empezamos a incorporarla como un pasatiempo, también a medida que la practicamos y desarrollamos, porque toda actividad y talento mejora con la práctica constante, y con ello ganamos seguridad y estamos más predispuestos a exteriorizar, a compartirlo con otros. Muchas veces, esa pasión evoluciona y se convierte en nuestra vocación, y buscamos trabajar (con ingreso económico) con ella. No hay nada más gratificante que poder trabajar y vivir de lo que uno más ama, levantarse todos los días con una sonrisa y mucho entusiasmo, porque sabemos que vamos a dedicarlo a algo que nos encanta hacer (y hasta lo haríamos gratis, y sin contar los minutos y horas de trabajo).

Aquí llamaría la atención a algo relacionado, que hay que revisar con honestidad. Que aquella actividad que hagamos y reconozcamos como una pasión, la hagamos sin ninguna expectativa de resultado o devolución del mundo exterior. Por ejemplo, si queremos hacer algo para llamar la atención de los demás, para obtener sus felicitaciones y apoyo, o que seamos muy permeables a la opinión ajena para hacerlo o modificarlo para contentarlos, en vez de hacerlo como una mejora de algo que realmente queremos. En ese caso, dejamos de ser auténticos, es nuestro ego el que está actuando y queriendo recibir una palmadita en la espalda, porque en el fondo nos sentimos inseguros y solos, necesitamos amor y atención, y la buscamos afuera. Esto se evidencia cuando deja de interesarnos nuestra pasión y perdemos fuertemente la inspiración en cuanto detectamos que se diluye el interés de los demás, o cambiamos abruptamente de dirección o nuestra valoración al respecto, según veamos “para dónde va la corriente”.

Cuando confiamos plenamente en lo que queremos hacer, qué mensaje queremos transmitir, cuál es nuestro objetivo, entonces realmente no nos va a importar seguir el interés o la aprobación ajena. Si alguien nos dice “no vas a llegar a nada con eso”, o “si haces esto otro le va a gustar a más gente” pero no nos entusiasma nada ese cambio, simplemente hacemos caso omiso, y confiamos en nuestro proyecto y lo seguimos hasta conseguirlo. Nuestra voluntad es mucho más fuerte que cualquier oposición. Es una gran prueba a nuestra confianza y autoestima también, si es fuerte como un roble, o se deshace como castillo de naipes ante una ligera brisa.

Una frase potente que amo, y le oí a mi Maestro de Reiki, dice: “Vamos a ser lo que creemos que somos”. Y es que es así, si nos decimos “no sé si voy a poder, quizás no sea lo suficientemente buen@ en esto”, lo más probable es que fallemos tarde o temprano. Porque si no creemos en nosotros mismos, ¿quién lo va a hacer? Sí, podemos recibir apoyo y ánimos, pero es un consuelo momentáneo y superfluo, porque nosotros, los creadores, no estamos convencidos de nuestra propia obra. Y lamentablemente hay que saber oír lo siguiente: El mundo no va a dejar de girar porque nosotros no concretemos nuestro proyecto, ni nadie va a lamentar que no existiera algo que no alcanzaron a conocer, o que quizás lo consiguen también de otras personas o medios.  Por eso mismo, es fundamental saber qué es lo que nosotros queremos aportar con ello, cuál va a ser el valor único, distintivo y emocionante, ya que todos somos también únicos y especiales en la vida, y nunca nadie va a poder hacer algo exactamente igual. De hecho, nosotros mismos no vamos a hacer nunca dos veces exactamente igual, cada cosa que hacemos es única e irrepetible.

El alimento de nuestras pasiones es sin dudas los sueños, la imaginación vívida y sentida de lo que queremos lograr, y cómo va a ser de bonito ese momento, y nuestra vida, cuando lo logremos, así como cuánto bien haría a otras personas, en la relación que tengan con nuestra creación si la compartimos con ellos. Porque si bien es de lo más satisfactorio ver los frutos de nuestra pasión materializarse, más aún lo es si con ello podemos ayudar a alguien, ya sea a sacarle una sonrisa, inspirarlo, mejorarle el ánimo de un mal día, o verdaderamente ayudarlo en su bienestar o salud, cuánto más loable. Por lo tanto, no escatimemos nunca en lo maravilloso que puede llegar a ser, visualicemos completamente y con mucho detalle y sentimiento lo que queremos lograr, y sin dudas todo se va a ir alineando para que se materialice. La clave es creer, confiar en nosotros, y en que lo merecemos, para así hacerlo con puro amor en nuestros corazones, aplicando todo nuestro potencial.




Para alimentar y avivar las llamas de nuestra pasión, lo más importante es soñar, imaginarnos exactamente, con todo detalle y sentimiento, qué queremos lograr. No soñar chico, ni escatimar en nuestras emociones de felicidad y plenitud, hagámoslo a todo lo alto. Otra gran frase de mi querido Maestro, que aplica aquí, es “Apúntale a las estrellas, y por lo menos vas a llenar a la Luna”. Y de la mano, lo que siempre me dijo mi otro gran Maestro de mi vida, fue “Hay que visualizarlo y sentirlo con todo lo que tenemos. Quizás en la realidad no lleguemos a que sea tan perfecto, pero de seguro será mucho mejor que si ni siquiera nos lo hubiéramos propuesto”. Es tan así, que el corazón me late fuerte y sonrío al recordarlo. Gracias, Maestros.

Y nos lo merecemos, todo, de eso no hay que dudar. Continuando con las citas inspiradoras, esta vez de Robin Sharma en su libro “El monje que vendió su Ferrari” (es oro líquido ese libro, se los recomiendo), dice “(...) De hoy en adelante, olvida el pasado. Atrévete a soñar que eres más que la suma de tus actuales circunstancias. Excepto de las mejores. Te sorprenderán los resultados”. Como mencioné en el artículo anterior, (“Empezando a transformar las emociones negativas”), la Ley de atracción hará lo suyo, y si vibramos en abundancia, poder y amor, el Universo cooperará y se empezarán a materializar esos sueños. Por supuesto, siempre y cuando pongamos nuestra parte para lograrlo, no basta con desear y sentarnos cómodamente en el sofá, esperando que nos llegue. Como mencioné con la otra ley de la vida “Uno recibe de la vida lo que pone en ella”.

Y si nuestra pasión y nuestro propósito se relaciona con el dar, con el servir a otros, tanto más maravilloso va a ser, seguramente esa sea una pasión que no se extinga, y que siempre nos va a inspirar y llenar de amor. Si es algo que sólo nos va a traer satisfacción o placeres a nosotros, los caminos se harán más estrechos, y no encontraremos plenitud, sería como comer infinitamente, pero nunca alcanzar a saciarnos, incluso nos traería angustia de no saber qué es lo que nos falta, pero sentir que hay un vacío que no logramos llenar. Por lo que, al pensar en nuestra pasión, e incluso a las cosas a las que les dedicamos tiempo todos los días, muy importante también es reflexionar, “¿Qué les aporto a los demás, a quién ayudo con esto?”



En conclusión, podemos preguntarnos, “¿en qué soy buen@?”, “¿qué es lo que más me gusta hacer, y me paso horas en ello?”, “¿cómo podría incorporarlo a mi día a día, para vivir en sintonía con mi pasión?”, “¿me gustaría vivir el resto de mi vida de esto?”, “¿dónde me veo haciéndolo, con y para quién?”. “¿Qué puedo aportar al mundo y su gente con esto, para hacerlo un lugar mejor?” Estas y más preguntas son buenos puntos de partida, tanto para desarrollar una pasión y mantenerla como pasatiempo, o para asumirla como nuestra vocación y trabajo, ya sea total o parcialmente, alineándolo con nuestro propósito en esta vida, lo cual nos dará la máxima plenitud.

La pasión es fuego y es amor, es una antorcha encendida que ilumina el camino, el nuestro y el de los que nos rodean. Cultivémosla, llevémosla a todo lo alto como un estandarte inspirador de creación y potencias, nuestra huella más auténtica, un legado que nuestro espíritu dejará en este mundo, para nuestro bienestar, y el de los demás. Namasté 🙏💖

Empezando a transformar las emociones negativas

  


Somos seres racionales y emocionales, con un gran desarrollo de lo primero, y una gran riqueza de lo segundo, además de que somos la única especie que habita en el planeta Tierra con conciencia espiritual. Esas tres características son inherentes al ser humano, y se podría decir que pasamos toda la vida nadando en las aguas de cada una, aprendiendo. Las emociones, más que un lago, suelen ser como los rápidos de un río, al menos hasta que aprendemos a gestionarlas.

Las emociones son estados intencionales, que dependen de la perspectiva y la valoración de cada uno, por lo que obtienen su significado de la vida cotidiana de las personas, y manifiestan las formas de vida que llevamos. Aunque muchas veces son involuntarias, ya que responden a elementos instintivos o anclados en nuestro subconsciente y a nuestro sistema de creencias, con práctica pueden llegar a estar bajo nuestro control voluntario, lo que significa que cada uno de nosotros es responsable de sus emociones.

Así como podemos proponernos “domar el ego” (la mente) para convertirlo en nuestro Maestro de aprendizajes y sabiduría, y practicamos la introspección para lograrlo, las emociones también pueden ser reguladas. Eso no evitaría que nos enojemos o entristezcamos, por ejemplo, pero sí determinaría cuánto tiempo dedicamos a vivir en esa emoción y por lo tanto su consecuencia en nuestros pensamientos y acciones; si nuestro malestar dura un día, meses o años, o si sólo lo hace por una hora o unos pocos minutos, y cómo lidiamos con ello para resolverlo –si es que lo hacemos–, o ver la contraparte positiva de cada adversidad.

Les comparto esta hermosa herramienta de identificación de emociones, un interesante trabajo de precisión que podemos proponernos para lograr encajar la emoción adecuada a nuestro sentir y percepción al respecto de una situación, así como darnos cuenta de las más de cien emociones que los humanos podemos sentir, es un abanico impresionante.


Las emociones positivas, las de felicidad y amor incondicional, siempre que sean genuinas y no una máscara, son las deseables, las que tenemos que cultivar y abrazar. Las negativas, sin embargo, son otra historia, y hay que tomarlas con pinzas. Algunas son propias de nuestro instinto y supervivencia, como el miedo, que activa nuestro cuerpo en situaciones de huida, o la ira, que también era necesaria hace miles de años para defender nuestro territorio cuando vivíamos en condiciones mucho más vulnerables y primitivas. A pesar de ello, el problema es cuando nos actualmente dominan y causan estragos en nuestra vida emocional y acciones, o afectamos a otros con ellas, pero nada tienen que ver con situaciones de vida o muerte.

Estamos tan acostumbrados a que perduren, a masticarlas, darles mil vueltas, asumir que están fuera de nuestro control, e incluso buscar en nuestra familia, amigos y compañeros de trabajo, aliados para que coincidan en nuestro infortunio, justificándolas y buscando una palmadita de consuelo y un “sí, la vida es así, qué injusto, ¿no?”. Incluso hay gente que se descarga con desconocidos en la calle, y de pronto nos encontramos con un vómito de quejas, indignaciones y sufrimientos mientras hacemos la fila del supermercado, a lo cual respondemos con incomodidad. Porque la realidad es que nadie quiere vivir en sufrimiento, todo lo que hacemos, o pretendemos hacer con nuestra mejor intención, es buscar la felicidad y la seguridad, tranquilos en nuestras cosas y que estas funcionen bien, y lo mismo solemos desear para los demás. Sin embargo, es curioso cómo insistimos en mantener pensamientos, hábitos y vínculos tóxicos, pese a que sabemos lo mal que nos hacen, y peor aún si los provocamos a otros.

Entre los justificativos, están comúnmente “es mejor eso que nada”, “me salió así”, “no pude evitarlo”, “yo no tengo la culpa de que...”. Y aquí vuelve una vez más a tocar la puerta el tema de la responsabilidad. Para poner otro ejemplo concreto que seguramente todos hemos oído (y quizás dicho), es el “¡Es que él/ella me hace enojar!” Algo nos hace ruido con esa frase, y con justa razón. La elección de enojarnos, o reaccionar con otra emoción, es nuestra. Claro que hay situaciones que despiertan nuestra indignación, ira o irritación, pero eso sucede porque nos perjudican, o tocan una fibra sensible, algo con lo que nos sentimos identificados. Sin embargo, tomarse algo personal o ponernos en modo defensivo, sigue siendo nuestra elección, ya que podemos verlo con otros ojos, tanto si revisamos qué podemos aprender de esa situación para nuestro crecimiento personal, como si aplicamos nuestra inteligencia emocional, empatía, perdón y compasión para con el otro.

Al respecto de esto último, es común pensar “¿Por qué tengo que ser compasivo con esa persona, si me lastimó?” Nuestra herida sigue abierta por una traición, mentira, agresión física o verbal, porque minó nuestra autoestima o porque puso un palo en la rueda de nuestros avances o sueños. Cuidado aquí, compasión no significa ser permisivos con una dinámica que nos lastimó o sabemos que va a hacerlo, sino entender desde dónde está actuando el otro, qué lo debe llevar a reaccionar de esa forma. Hay una ley de la vida, que es “uno da a los demás lo que se da a sí mismo”. No podemos dar amor genuino, si no nos lo damos primero a nosotros, no podemos inspirar o hablar con confianza, si no confiamos en nosotros mismos, no podemos perdonar, si no nos perdonamos a nosotros mismos. Es inimaginable el dolor que está atravesando una persona, como para que decida hacerle el mal a otro, incluso si conoce y “lo ama”. Cuando pensamos en cuan falto de amor y felicidad en su vida está el otro, nuestro nivel de enojo baja sensiblemente, porque empatizamos, y queremos ayudarlo (a menos que nuestro propio dolor, sentido de superioridad o soberbia nos lo impida).

Además, todos somos uno en el Universo, y las personas son nuestros espejos. No es el otro el que nos hace daño, sino que está sosteniendo el espejo que nos muestra la herida que debemos sanar dentro nuestro. No siempre es tan evidente o sencillo el “qué” debemos sanar, y muchas veces hacemos la vista a un costado porque es complejo, y se requiere valentía, para hacerse cargo de nuestras emociones, pensamientos y hábitos. Pero empezarse a preguntar una vez estemos calmados, en meditación o dando un paseo a pie, es el primer paso hacia nuestra paz interior y bienestar, tomar conciencia y responsabilidad, lo cual nos va a dar un increíble poder al darnos cuenta que sí tenemos el control, al menos de nosotros mismos, y que por lo tanto podemos cambiar nuestro entorno, nuestra “realidad”.



De la mano de la metáfora del espejo, también hay otras dos leyes de la vida que van de la mano y marcan el camino, la primera es “Uno obtiene lo que pone en la vida”, más conocida como “uno cosecha lo que siembra”. Y es así realmente, no hay duda de que el karma hará su trabajo con la persona que tuvo esa acción perjudicial, tarde o temprano. Por eso mismo tenemos que ser cuidadosos con nuestros propios pensamientos y acciones, porque también van a volvernos en forma de otros desafíos o infortunios. La otra ley, es la conocida “Ley de atracción”, y trata de que uno entra en resonancia y atrae lo mismo que está vibrando. Si sentimos, pensamos y obramos en amor y abundancia, eso mismo se manifestará en nuestra vida o entorno, mientras que, si nos dedicamos a pensar de forma negativa, y vivimos constantemente en emociones de esas características, eso mismo es lo que atraeremos. Ni que hablar de maltratar, hablar mal de las personas o perjudicarlas, además de generar karma negativo que nos afectará a nosotros, esa misma calidad de situaciones o vínculos se reflejará en nuestra vida.

¿Les suena conocida la frase “estoy meado por un elefante”? A esto mismo me refiero, ya ven que no es casualidad. Una tras otra, se ponen en fila distintas adversidades, manteniéndonos en nuestra pobreza de corazón, carencia y modo de supervivencia, para presentarnos de golpe y porrazo muchas experiencias de las cuales tendremos que aprender. Porque la realidad es que toda experiencia, aún las más dolorosas y difíciles, encierran una maravillosa oportunidad de aprendizaje hacia el bienestar. Si tomamos responsabilidad, nos dedicamos a cultivar buenos hábitos, pensamientos y emociones, nuestra vida se transformará rápidamente a una mucho más amable, amorosa y plena. Asimismo, se reflejará en nuestro entorno, y no se sorprendan si ciertas personas se alejan de pronto de sus vidas, así como otras llegan. Todo es justo y perfecto, las que se alejaron, eran las que dejaron de resonar con esa energía luminosa y poderosa de amor que empezamos a abrazar, o porque cumplieron con su deber de lo que venían a enseñarnos o mostrarnos. O que nosotros mismo los alejemos, decretando “no quiero esto para mi vida”. Y los que lleguen, seguramente traigan más amor en sus corazones, ya que vibramos en sintonía con lo que nosotros estamos dando al Universo.

Luego volveremos a este interesante tema, sean libres de comentar o sugerir para que podamos reflexionar juntos en pos de nuestra evolución, pero les dejo un último y maravilloso ejercicio de cómo empezar a cultivar emociones positivas.

Cuando un evento problemático se presente en nuestra vida, o tal vez es nuestra propia mente la que insiste con traernos un recuerdo conflictivo (un rencor hacia alguien que nos lastimó), o una duda que albergamos, hay que hacerse algunas preguntas. Por ejemplo, “¿Qué aprendí, o siento que tengo que aprender, de esto?”, “¿Qué me aportó, en qué estoy hoy mejor gracias a ello?”, “¿A qué le tenía yo miedo, y cómo me sobrepuse?” Quizás el aprendizaje fue hacernos más fuertes o pacientes, o puso a prueba nuestra determinación para llevar un proyecto o sueño a cabo, o nos enseñó sobre el apego y nuestro miedo a la soledad. También pudo sentar las bases para replantearnos nuestra autoestima y confianza, o la dirección que estaba tomando nuestra vida, y que nos dimos cuenta que no es lo que queríamos. Si no encontramos ningún aprendizaje, tal vez puede ser porque el problema sigue ahí sin resolver, negados a aceptarlo, a soltarlo, porque en el fondo queremos seguir hincándole el diente para echarle la culpa de otras desgracias que nos ocurren, no queremos tomar responsabilidad de nuestras acciones y decisiones. Y ese dilema volverá, una y otra vez, en distintas formas, hasta que lo superemos al fin.

Parte del perdón, a otras personas y a nosotros mismos, viene de reconocer ese valioso aprendizaje y cuánto mejor estamos hoy en día, gracias a lo que tuvimos que atravesar y superar. Qué ironía, que aquella persona que nos maltrató o quiso perjudicarnos, o cualquier otra haya sido la situación, acabó dándonos un regalo enorme sin proponérselo, ya que nos servirá para aportar al bienestar de toda nuestra vida. En cada crisis, en cada vicisitud, hay una oportunidad de mejora, es cuestión de cada uno de nosotros el querer verlo, y abrazarlo con amor y entusiasmo. Namasté 🙏💖

domingo, 2 de octubre de 2022

El Reiki

 

Esta maravillosa terapia energética, considerada una terapia alternativa de sanación, cuenta hoy con muchos Maestros, practicantes, pacientes y con muchos estudios científicos que la respaldan. Tanto si ya disfrutaron los beneficios de las sesiones, como si todavía no conocen bien de qué se trata, este artículo es para dar a conocer más en detalle lo que es y cómo funciona esta hermosa y amorosa técnica oriental de sanación de mente, cuerpo y espíritu.

El Reiki canaliza la energía natural del Universo, a través del terapeuta, quién la transmite hacia el paciente a través de sus manos –aunque también puede hacerse a través de la boca y de los ojos, con la técnica acorde– con la intención de equilibrar el organismo, es la canalización del amor incondicional. Estilos como el Usui y el Tibetano canalizan la energía cósmica, mientras que los estilos Kundalini y Ujjvala lo hacen con la energía filtrada por la madre tierra, el sol, los elementos, animales y plantas. Como todo es uno, cada cosa que existe en el Universo, nosotros incluidos, se entiende que son distintos caminos para llegar a lo mismo, por ponerlo claro.

“Reiki” es un concepto y una técnica de origen japonés, redescubierta por el doctor Mikao Usui. Parte de los principios de la medicina oriental, basada en los chakras (India), puntos energéticos (Japón) y meridianos energéticos (China), y en los desequilibrios energéticos que se producen en estos con las alteraciones emocionales a lo largo de nuestra vida, causando eventualmente malestares, dolencias o enfermedades en el cuerpo físico. Con Reiki se limpian y armonizan estos puntos y canales energéticos para que la energía fluya de nuevo correctamente por el cuerpo.

Un dato sumamente importante e interesante, por el cual se recomienda fuertemente que seamos conscientes de nuestras emociones y pensamientos, es que todas nuestras dolencias o enfermedades físicas tienen un origen emocional, desde un resfrío, acné, dolor de cabeza, bronquitis, diabetes, conjuntivitis, hasta quistes y cáncer. Un factor ambiental o climático podría acelerar la manifestación de un malestar, pero solamente porque las densidades provocadas por las emociones negativas no resueltas les abrieron la puerta antes. No es casualidad que las personas más optimistas y con mejor gestión de sus emociones rara vez se enferman, mientras que los pesimistas, inseguros, iracundos y que no expresan ni resuelven sus conflictos y viven en sufrimiento, suelen manifestar distintas disfunciones físicas seguidamente. La buena noticia, es que podemos “cerrar” esas grietas, fortalecer nuestro sistema energético, y sanarnos en medida que resolvamos esas cuestiones, a la par de armonizar y limpiar nuestro flujo energético.

El Reiki tiene muchos beneficios, sana a nivel mental, aliviando depresiones, angustias, estrés, insomnio e iras; a nivel físico como las enfermedades anteriormente mencionadas y todas las que existen; y a nivel espiritual, aportando claridad, armonización y limpieza de chakras y canales energéticos, y conectándonos con nuestro Ser. También, fortalece el sistema inmunológico, alivia migrañas, dolores menstruales, reuma, artritis. Libera sentimientos reprimidos, y aumenta la autoestima y vitalidad. Nos invita a actuar en pos de nuestro bienestar, la frase más común de mis pacientes es "estuve más tranquil@ y confiad@ que nunca la semana pasada, me sorprende haber mantenido la calma cuando en otras ocasiones hubiera estallado", o "al fin hice lo que tanto tiempo me había contenido o negado". Es verdaderamente emocionante, y para mí como terapeuta Reiki, me alegra ver cómo puedo ayudar a las personas a estar mejor en sus vidas diarias.

Hoy en día el Reiki tiene reconocimientos de parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) como terapia complementaria, y se practica oficialmente en muchos hospitales en el mundo, en particular Estados Unidos, Inglaterra y China. Esto es porque los médicos han comprobado que se aceleran los tiempos de recuperación y cicatrización de heridas, operaciones y fracturas, con lo cual pueden dar de alta más rápido y disponer de las camillas para otros pacientes. Con esto se evidencia la evolución y el apoyo científico que tiene esta técnica, que ya hace tiempo dejó las fronteras del “creer o no creer”. Por supuesto tiene un componente espiritual, aunque no hay que confundirlo con lo religioso, el Reiki se adapta y practica en personas de todas las creencias o religiones que haya, siempre y cuando se haga con amor en el corazón.

Puede hacerse tanto presencial como a distancia, para esto último el terapeuta tiene que tener un nivel de sintonización y conocimientos más altos. No cambia la efectividad, sino la experiencia del paciente, aunque hay algunas técnicas y limpiezas que sí solo pueden hacerse de forma presencial. La energía "vibra", tiene frecuencias de vibración. Los colores, nuestros órganos, glándulas, células y neuronas, los pensamientos que generamos, los sentimientos, y todo lo que percibimos conscientemente responde a una frecuencia, y está comprobado que determinadas frecuencias promueven la regeneración celular y neuronal, motivo por el cual el Reiki sana.

El terapeuta Reiki eleva su vibración a esos altos niveles que promueven esos estados de paz y sanación, que son los que transmite al paciente. Es el mismo cuerpo del paciente el que acepta y distribuye esa energía, motivo por el cual no se le puede hacer Reiki a alguien que no quiera, o que no expresó su consentimiento o su deseo de recibirlo, simplemente no funciona, como si fuera una puerta cerrada. Nadie puede “imponerles” la terapia ni hacerlo a sus espaldas, ni siquiera con la buena intención de ayudar a sanar a alguien cercano que está afectado. La clave, es que la intención de querer sanarse del propio paciente, junto al trabajo personal de aceptar y resolver el sentimiento o evento emocional que provocó el desequilibrio o la enfermedad, es lo que determina que pueda haber resultados tan impresionantes como que incluso se sane un quiste o un cáncer.

Hay personas que se hacen una sola sesión para que les ayude a mejorar algo puntual, otras hacen el tratamiento completo promedio, que es de unas cuatro sesiones, que puede extenderse en otras tres o cuatro si se hace una limpieza profunda de canales energéticos, y también hay personas que lo hacen semanal o quincenalmente, como es común hacer con una terapia psicológica o clases de yoga u otra disciplina, buscando mantener el bienestar continuamente. Cabe mencionar que los Maestros Reiki suelen hacerse el “auto-reiki” todos los días, además de atender a sus pacientes, así como un deportista se ejercita todos los días para mantener su estado óptimo.



Para dar detalles más específicos de cómo funciona nuestro sistema energético, tenemos siete chakras principales y veintiún secundarios, cada uno rige una serie de zonas del cuerpo, órganos y glándulas, y son afectados por determinadas emociones, es por eso que en la sesión de Reiki, el terapeuta apoya las manos a lo largo del cuerpo del paciente, a la altura de los chakras. Es un procedimiento indoloro y suave, que generalmente promueve un estado de paz y relajación, aunque como su objetivo es sanar (en tres niveles: mental/emocional, física y espiritual), puede que ser que el paciente sienta luego de la sesión alguna sensibilidad de ánimo o física, llamada "catarsis", en la que el cuerpo naturalmente expulsa estancamientos energéticos. Hay pacientes que se quedan dormidos en la sesión, otros que perciben imágenes, colores, sensaciones de calor o frío, y hasta aromas o gustos. Todo esto es normal y es un indicio de cómo la energía está circulando por nuestro cuerpo, así como estamos en una profunda relajación y meditación, conectando con nuestro espíritu. También puede suceder que no sientan nada, más allá de una bonita tranquilidad, y los hay quienes de pronto sonríen felices o una angustia le sube a la garganta, liberando las emociones atascadas.

En cuanto a las sesiones de Reiki, dura generalmente una hora, aunque también puede ser desde 15’ a una hora y media o más. Es sugerente acompañarse con música en frecuencia 432Hz o 528Hz, así como utilizar inciensos de buena calidad de mirra, sándalo, jazmín, lavanda o canela, no con encendedor. Recomendación: Por más que está de moda, evitar el palo santo, ya que tiene una de las frecuencias más bajas. Por otro lado, el paciente se recuesta en una camilla, y debe quitarse los objetos metálicos (pendientes, anillos, collares, sostén con aro en caso de mujeres), sino la energía se dispersa y pierde efectividad. En el caso de Reiki a distancia, el paciente deberá proveer al terapeuta de la siguiente información: Nombre completo, edad, ubicación en donde se encontrará a la hora de la sesión (cuanto más preciso mejor), y en lo posible una foto del día, para que el terapeuta pueda conectar y visualizar con la mayor precisión posible al paciente, como si fuera una sesión presencial. Se sugiere estar sentado o acostado, para promover un mayor estado de relajación, aunque no es imprescindible.

Lo más importante es que seamos conscientes de nuestro proceso, evolución, y a la par del Reiki, hagamos gradualmente los cambios en nuestros pensamientos y hábitos para tener una vida emocional sana y equilibrada, lo que garantizará nuestra salud física, y que la abundancia y el amor predominen en nuestra vida. Namasté 🙏💖

sábado, 1 de octubre de 2022

Meditación a nuestra medida

 


Uno de los primeros consejos que recibimos para promover nuestro autoconocimiento, relajación, o cuando estamos estresados, agotados o ansiosos, es el de meditar. Seguramente la persona que nos lo recomendó lo dijo con una sonrisa plácida en el rostro, como si estuviera recordando lo bien que siente hacerlo, y cuán benéfica es, lo cual es cierto. O también, lo leímos en uno más libros o páginas web, o nos dio curiosidad luego de que lo recomendaran en un video, programa de televisión, o porque una persona que nos inspira dijo que lo practicaba todos los días. Siguiendo ese consejo y la promesa de alcanzar esa serenidad profunda y llena de revelaciones, nos propusimos a probar de meditar.

Ahora bien, probablemente, las primeras veces que buscamos seguir ese consejo, hicimos la prueba de sentarnos en una silla o con las piernas cruzadas, bien derechos, cerramos los ojos y tratamos de poner la mente en blanco, o de visualizarnos en un calmo campo o junto a una cascada, incluso pudimos haberlo acompañado con sonidos ambientales naturales o música relajante. Bien dispuestos, hicimos unas respiraciones profundas, nos empezamos a conectar con ese bonito estado meditativo y... De pronto, un pensamiento o imagen de nuestra mente diaria nos distrajo. Intentamos barrer la interrupción, volver a imaginar la mente vacía, el campo o lo que pretendimos visualizar anteriormente... y otra vez, ese mismo pensamiento, u otro, vuelve a acecharnos. Empezamos a ofuscarnos, resoplar o amonestarnos por nuestra distracción, y pese a nuestros mejores intentos, no logramos “vaciar” la mente. La infructuosa meditación, más que llevarnos a ese anhelado estado de paz y conexión, nos acabó frustrando más de lo que estábamos, y para colmo nos echamos la culpa de que no fuimos capaces de dejar nuestra mente quietita por unos pocos minutos al menos. ¿Se sienten identificados con esta escena?

Quizás sí, quizás no, eso es según la experiencia de cada uno, pero se los comparto porque ese fue mi proceso, y porque la mente está programada para funcionar de esa forma, a menos que con mucho entrenamiento y objetivos claros, logremos apaciguarla y volverla nuestra aliada, no nuestra enemiga. Porque, para empezar, seamos sinceros, ¿Cuántas veces antes hicimos esa práctica de estar quince minutos o media hora, sentados y quietos, pensando en “nada”, visualizando ese paisaje pacífico, concentrándonos en un foco, u observando nuestros sentimientos o pensamientos? Posiblemente, muy pocas, o quizás nunca. Entonces, empecemos por ser un poco más realistas y compasivos con nosotros mismos, en cuanto a que no podemos pretender la maestría de una práctica a la que no estamos habituados de un día para otro. Y aunque meses o años después nos sea más familiar, nuestra activa cabecita tiene su propio programa instalado, el ego, que nos jala a la preocupación, la duda, el qué dirán o a lamentar el pasado, y nos bombardea una y otra vez con todas esas problemáticas. Conclusión: Avancemos despacito y con amor. Desarrollar la paciencia es también uno de los objetivos de meditar. Controlar el enojo también.

A la par de esto, vale mencionar que hay muchos tipos de meditación, y ese puede ser un error bien básico, el forzarnos a encajar en una que quizás todavía no se ajuste a nuestro estilo o necesidades. Es como decidir que queremos empezar a tener una actividad física más activa, y pretendamos pasar de estar todo el día sentados en el sofá, a correr cinco kilómetros al día siguiente. Suena improbable, ¿verdad? Eso mismo, entonces, trasladémoslo a nuestra propuesta de adoptar la práctica de la meditación, o a cualquier hábito que estén queriendo incluir en sus vidas porque tienen una motivación de cambio hacia un estilo de vida más saludable. Mejor sería empezar de a poco, chiquito, una meta sencilla y accesible, una probadita. Por ejemplo, volviendo a la meditación, empezar con hacer cinco o diez respiraciones profundas, sólo eso. Al día siguiente, si eso salió bien, agregar otras cinco o diez, o proponernos uno o dos minutos de visualizar algo concreto y apacible, o indigar en nuestro interior cómo nos sentimos, y luego volvemos a hacer unas respiraciones para terminar con la práctica. Y así sucesivamente, hasta que logremos extender la duración de nuestra práctica serena a diez minutos, quince, o los que podamos. Eso sí suena accesible y más al alcance, ¿verdad?

Les comparto un bonito resumen como ejemplo de algunos de los tipos de meditación de un blog de vida verde y sustentable: https://ecogreenlovees.wordpress.com



Como pueden ver, hay variadas formas de llevar a cabo una meditación, y también llevan otros nombres espirituales y con sus propios propósitos y objetivos, por ejemplo: Meditación Zazen (o Zen), Vipassana, Kundalini, Mantra, Tonglen, y otras. Cada una tiene sus particularidades, y algunas requieren más práctica que otras, es cuestión de ir buscando qué beneficios y experiencias nos aporta cada una, con cuál resonamos, y, sobre todo, encontrar una buena guía que nos ayude al principio para llevarlas a cabo, hay muchas “meditaciones guiadas” que pueden encontrarse en forma de audios en internet. Es prueba y error, por supuesto, algunas nos van a gustar o conectar más que otras. Sigamos nuestro instinto, sintamos lo que nuestro cuerpo nos dice cuando seguimos la meditación, y siempre seguir lo que se sienta bien, cálido, natural.

Algo que es fundamental en cualquier estilo o duración de la meditación, es hacerla con un propósito, con un objetivo. ¿Para qué estamos haciéndola? ¿Sobre qué queremos reflexionar, revisar o experimentar? Es muy distinto sólo conectarnos con las sensaciones de nuestro entorno o nuestro cuerpo, por ejemplo, identificar “qué hay ahí”, a visualizar una luz que nos va recorriendo e iluminando por dentro, o un paisaje con todos los detalles como si estuviéramos allí, entonar una oración o mantra, o hacernos preguntas reflexivas o existenciales. Por lo tanto, una de las claves para una meditación productiva y satisfactoria, es que tengamos en claro qué queremos lograr con ella. Incluso, las hay guiadas con una temática particular, como el perdón, la abundancia, la compasión, etc. Preguntarnos por qué nos enojamos o angustiamos con una situación, o por qué tenemos la tendencia de sentirnos irritables, o por qué somos procrastinamos (y luego nos decimos que "no nos alcanza el tiempo"). Por supuesto, con la intención de mejorar esa problemática, tomar responsabilidad de ello, y de cómo llegar a lo que queremos ser.

En lo personal, mi práctica más habitual de meditación se enfoca en la meditación Zen, y en la de entonar mantras o acompañar con cuencos tibetanos. En la última, me enfoco en conectar con la vibración del canto, la intención y las palabras, o del sonido del cuenco. De estas también pueden encontrar grabaciones, si no tienen los cuencos o no se animan a entonar por sí solos. En cuanto a la primera, se centra en nuestra respiración y en observar nuestros pensamientos. Empezar respirando profundo, a medida que nos vamos calmando y conectando, y podemos visualizar una luz cálida y sanadora que va recorriendo poco a poco cada parte de nuestro cuerpo, hasta llenarnos y envolvernos con esa luz. Y luego, o al mismo tiempo, también ser introspectivos, estar atentos a los pensamientos o emociones que surjan, identificarlos, y simplemente dejarlos fluir, sin perseguirlos ni pelearles para que desaparezcan, ni juzgarlos, que vengan y vayan, sin engancharse con ellos. Y si en un momento sucede que se percatan de que se desconcentraron y “se fueron” con sus pensamientos, vuelvan a centrarse en su respiración, apacibles, calmados.


Mis cuencos: El de cuarzo, a la izquierda, y el tibetano a la derecha
Mis cuencos: El de cuarzo a la izquierda, el tibetano a la derecha

Por otra parte, también hay que “des-acartonar” la experiencia de la meditación, no es únicamente estar sentados con una postura de manos, los ojos cerrados y la pasividad. También pueden meditar mientras bailan, pintan (como la práctica de pintar mandalas, muy hermosa, por cierto), y como me dijo una gran amiga y Maestra una vez, podemos meditar mientras lavamos los platos, porque no siempre es la forma o el ritual, sino nuestra intención.

Y un detalle más, al respecto de la “idoneidad”. Habrán escuchado de los llamados retiros espirituales, en los que se apartan uno o varios días, lejos de la tecnología y la rutina, posiblemente en un lugar más puro y verde, para conectar con la meditación, alimentación sana y algunas prácticas bonitas y saludables, como clases de yoga, sesiones de reiki, entre otras. Está muy bien la propuesta, y sin dudas van a volver renovados y serenos, en paz. Pero podemos caer en la “trampa” de las vacaciones, como mencioné en el artículo anterior, de que sólo pensemos que podemos acceder a esa paz interna en un ambiente con características como las del retiro espiritual. No, el gran aprendizaje, lo que tenemos que llevarnos de vuelta a casa, es cómo incorporar esos hábitos y pensamientos saludables que propicien nuestra evolución a nuestra vida diaria. Porque si de pronto nos encontramos en la vorágine de la ciudad, el estrés del trabajo, o de una situación familiar o emocional compleja, y nos sentimos completamente descontrolados, perdidos y abrumados, entonces esa experiencia del retiro fue una “curita emocional”, como suelo decir.

De todo se aprende, por supuesto, pero es importante que apliquemos esas herramientas meditativas, justamente cuando las necesitemos, además de acostumbrarnos a practicarlas diaria o seguidamente, ya que nos mantendrán en un equilibrio mental, emocional y espiritual mucho más estable y disponible para seguir profundizando, y no solamente como un salvavidas temporal. Porque, nuevamente, es poco probable que podamos realizar esa meditación con buenos resultados, si sólo la practicamos cuando estamos sumidos en la desesperación o al borde del colapso.

De hecho, si mantenemos esa práctica habitual, probablemente tengamos un control mucho mayor de nuestros pensamientos y emociones, y en vez de que un enojo, preocupación o sufrimiento nos dure un día entero o una semana, puede que lo resolvamos y liberemos en una hora, o en pocos minutos, cambiando el foco rápidamente a la solución de dicha alteración, con lo cual ganaremos también mucha más confianza, certeza y serenidad, conectando con nuestra esencia.

La práctica hace al Maestro. Namasté 🙏💖