La autenticidad es una
de las mayores dichas que podemos tener en nuestra vida. Ser honestos y actuar
en consecuencia con nuestras intenciones, sentimientos, sueños, conectados con
nuestro corazón. “Ser uno mismo” es el estado más liberador que pueda haber, ya
que obramos en consonancia con nuestra esencia, desde nuestras convicciones, y
es como una brújula cuyo norte equivale a nuestra felicidad. Cuando se lo
decimos a alguien más, suele ser un halago, un valor positivo que reconocemos
en el otro, y lo felicitamos por ello, aunque lo hacemos notar como si no fuese
lo más común.
Y es que, en un punto,
pareciera que ser auténticos no sería tan accesible, que incluso requiriera
bastante coraje y confianza permitírnoslo.
Si lo pensamos un poco, debería ser lo más común y sencillo, un camino recto: “Quiero
esto para mi vida, entonces lo hago”, “Pienso esto, lo expreso sin dudarlo”.
Claro que habría que hacer un paréntesis, aclarando que este ideal se relaciona
a pensamientos y decisiones nacidas desde la buena intención, el amor y el
bienestar, no a un capricho o algo que pudiera hacerle mal a otro (como ser
desconsiderados con los valores o gustos de los demás, o actuar egoístamente).
La primera gran
pregunta, si con una mano en el corazón reconocemos que no solemos ser
auténticos, es “¿Qué nos lo impide?”. ¿Por qué no nos animaríamos a expresar y
hacer realidad lo que conlleva nuestra tranquilidad y felicidad? Con respecto a
lo primero, la respuesta –por no decir excusa– suele direccionarse a un temor
frente a “perder” algo del entorno, ya sea la aprobación de la familia, amigos,
pareja, el ambiente de trabajo, lo que la sociedad considera más o menos
“normal”. Sin embargo, la verdadera respuesta es que nosotros nos lo impedimos, ni más ni menos, ya que cualquiera que
fuera el motivo que nos retiene a ser auténticos, estamos eligiendo eso por
encima de nuestros más sinceros sentimientos, pensamientos y anhelos. Es decir
que, así como nos quitamos algo, también podemos coincidir en que podemos
dárnoslo, hacerlo, está en nuestro entero poder de decisión.
Una de las principales
claves para ser arquitectos de nuestro destino es ser auténticos, ya que eso
refiere a la responsabilidad que tomamos por nuestras decisiones. Otra de las
claves, es tener la voluntad, disciplina y compromiso de hacer ese camino que
queremos, o también un cambio, para acercarnos un poco más a dicho camino, si
un día nos detenemos y al mirar alrededor, nos damos cuenta cuánto nos habíamos
desviado. Con respecto a esta última clave, suele agazaparse en las sombras la
principal excusa que, me atrevería a decir, todos dijimos al menos alguna vez:
“No tengo tiempo”. Queremos hacer algo nuevo, o empezar un proyecto a la par de
lo que ya hacemos en nuestra vida diaria, o seguir una buena recomendación nos
animamos a hacer algo extra para nuestro mayor bienestar (por ejemplo, meditar,
o controlar nuestros pensamientos para que siempre sean positivos). Pero allí
está, el gran freno, el que de un manotazo tira abajo nuestro entusiasmo
original, y se alía con nuestra zona de confort para retenernos de hacer algo
nuevo o desafiante.
Sin embargo, les
comparto una maravillosa cita del libro “El monje que vendió su Ferrari”:
“Amigo mío, decir que no tienes tiempo para mejorar tus pensamientos es como
decir que no tienes tiempo para echar gasolina porque estás demasiado ocupado
conduciendo”. Es genial, ¿verdad? Tan cierto... Así como otra famosa frase que
nos repetimos, la madre de la postergación, “mañana empiezo” (mejor amiga del
“el lunes empiezo la dieta”). Si nos decimos alguna de estas dos frases, u
otras variantes similares, el problema original radica en que no estamos lo
suficientemente motivados para hacerlo, no hay lugar para el fuego de la pasión, ese motor que nos permite hacer
todo lo que nos proponemos y más, porque de seguro que para las cosas que nos
apasionan encontramos tiempo para hacerlas, incluso para otras que nos
entretienen pero no aportan ningún crecimiento personal a nuestra vida, como
mirar las redes sociales de los demás, y quizá de gente que ni siquiera
conocemos. Entonces, habría que preguntarse el “¿para qué” queremos hacer eso,
y encontrar el motivo motivador más fuerte, que convierta el “no tengo tiempo”
en “¡no puedo esperar para empezar!”.
Veremos que con eso
hasta desaparece el cansancio o la fatiga mental que teníamos minutos antes, y
es que en buena parte ese cansancio suele ser más mental que físico. ¿Les pasó
que hicieron quizás poco o nada un día, pero se sintieron terriblemente cansados
o soñolientos por la tarde-noche? Mientras que otras veces pudieron estar
trabajando o haciendo un proyecto por horas, y no hubo asomo de agotamiento,
todo lo contrario. La fatiga es mental,
y es la señal de nuestra conciencia de que no estamos haciendo nada que nos
llene, que colabore con nuestra vocación, ni con la misión en esta vida. Sin
embargo, ese estado no es real, ya que si de pronto se presenta algo que sí nos
entusiasma o gusta mucho, es como si mágicamente desapareciera, no queda ni pizca
de ello. Por lo cual, la clave siempre está en buscar la chispa del entusiasmo
y que nos permita conectar nuestro corazón y espíritu con nuestra tarea, por
pequeña que sea. Ver a través de ella, preguntarnos qué tiene para enseñarnos
esa experiencia, y hasta agradeceremos ocuparnos de ella, porque de seguro
creceremos cuando la acabemos.
Entonces, la clave es despertar la pasión, encender ese motor, para lo cual la mejor gasolina es visualizar el resultado que queremos. Si nos aventuramos a ese nuevo proyecto o la decisión que hayamos tomado, ¿qué obtendremos cuando sea parte de nuestra realidad? Hagamos el ejercicio de sentarnos un momento, tranquilos y sin nada que nos interrumpa, y demos rienda suelta a nuestra imaginación, para ver como una película en nuestra cabeza todo aquello que lograremos. Y lo más importante, sentirlo. Como nos estamos anticipando un poco, ya que todavía no empezamos a hacer ese proyecto o cambio, podemos evocar las emociones y sensaciones que creemos que vamos a sentir cuando lo logremos. Sentir el sentimiento, saborear cuan feliz, animados y satisfechos estaremos, cuánto disfrutaremos con ese logro nuestra nueva realidad.
El hombre con una de
las mentes científicas más brillantes y creativas, Albert Einstein, dijo “la
imaginación es más importante que el saber”. La mente trabaja con imágenes, y a
su vez, estas tienen el poder de evocar emociones. Por lo tanto, ese es el
orden ideal: Meditar qué queremos hacer, visualizarlo con toda claridad en
nuestra mente, y luego hacer el ejercicio de sentir en nuestro cuerpo esas
emociones. Eso nos dará el entusiasmo y el motor suficientes para motivarnos. Y
si en algún momento dudamos o flaqueamos, ya que la zona de confort sin dudas
intentará jalarnos para que volvamos a terreno seguro y conocido, podemos volver
a hacer ese ejercicio de visualización las veces que sea necesario para
insuflarnos nuevamente de decisión y voluntad. Incluso podemos buscar imágenes
en revistas, o imprimirlas, y que hagan referencia a lo que queremos hacer o
alcanzar, para ayudarnos a enfocar.
Ese ejercicio será
nuestra brújula. Lo siguiente, muy recomendable, será escribirlo. Eso mismo que
visualizamos, con todos los detalles, convertirlo en palabras escritas a mano. Es especialmente importante
que lo hagamos con nuestro puño y letra en una hoja, no en el teléfono celular
o en una computadora. De esa forma, imprimiremos así nuestra energía, y se volverá
“real”, nuestra voluntad de cambio finalmente expresada, la cual funciona como
una carta de compromiso. Las palabras son la encarnación verbal del poder,
contienen frecuencias, más elevadas o más densas según la intención y los
sentimientos, por lo cual materializan la realidad que nuestra mente evoca.
Lo siguiente, una vez
trazado nuestro objetivo y decretadas nuestras metas en un plazo determinado
(si la conclusión del proyecto o cambio es a largo plazo, entonces ponerse metas
accesibles y comprobables a corto plazo, que poco a poco nos lleven hacia ello),
será la gran pregunta: “¿Qué necesito
cambiar para lograrlo?”. Si hacemos siempre las mismas cosas, es obvio que
vamos a obtener los mismos resultados, es como profundizar el cauce de un río,
porque el agua pasa siempre por el mismo lugar. Entonces, tenemos que revisar
qué cosas debemos cambiar en nuestra actitud y nuestra rutina para poder
empezar a formar ese nuevo cauce por el que fluiremos para alcanzar nuestros
objetivos. Algo paralelo que podemos hacer antes, es buscar un referente,
alguien que haya hecho eso antes exitosamente, y qué hizo esa persona para
lograrlo. Si la conocemos, podemos preguntárselo, así como si es alguien
reconocido o famoso, quizás le hicieron una nota periodística, tiene una
biografía o autobiografía, con la cual pueden inspirarse.
Pero más allá de mirar
lo que hace el otro, inevitablemente tendremos que meditar y revisar en
nuestros hábitos, y armar un plan de acción: Levantarse más temprano, ponerse
una alarma para anotar algo o hacer una actividad, decretar unas horas del día
para dedicarnos a esa nueva tarea, reemplazar un hábito negativo por otro
positivo, etc. Nunca hay que hacer foco en lo que no queremos, sino solamente en lo que sí queremos. La mente elabora afirmaciones negativas, pero el
subconsciente no procesa las negaciones, por lo cual nunca podrán hacer un
cambio positivo en sus vidas si empiezan con “no voy a...”, “no quiero...”. Todo
tiene que ser siempre afirmativo y
presente, decretando las cosas que queremos que sucedan como si ya fueran
parte de nuestra vida. Eso hará que nos conectemos con esas frecuencias que nos
alinearán con las emociones y las acciones que acercarán lo que sea necesario
para que empecemos a actuar en la dirección que necesitamos para tener éxito.
Por ejemplo, en el
caso de un fumador, en lugar de decir “no voy a fumar más”, sino decretar “Dejaré
de fumar”. Y las afirmaciones positivas que serán nuestras bases para darnos la
convicción y fuerza de lograrlo, podrían ser: “Soy una persona que está
tranquila, que tiene control de sus necesidades e impulsos, estoy sano/a, me
amo a mí mismo y estoy haciendo las cosas para mi mayor bienestar, sé qué hacer
para controlarme”.
Una vez que hicimos esa lista de cambios mentalmente, podemos proceder a escribirlas en una hoja, la lista de acciones de nuestra carta de compromiso. El “voy a...” no suele funcionar, porque vivimos diciéndolo, y la mayoría de las veces no lo cumplimos, ya que además está planteado a futuro, y el futuro no existe. Decretar en presente, siempre, “Me levanto a X hora, dedico 15 minutos a hacer esto, llamo a Fulanito para...”, etc., etc. Y “sólo por hoy” es la clave, podemos hacer un cronograma diario o semanal para organizar nuestro tiempo, pero no gastemos energía demás en pensar qué haremos más adelante, sino el presente, en el momento actual.
Podemos practicar este
bonito método y ejercicio con algo sencillo primero, para comprobar cuan
poderoso es y lo bien que funciona, siempre y cuando se sigan los lineamientos
planteados. Si a poco de avanzar ya estamos pensando “pero, ¿qué pasaría si...?”,
“¿y si no me sale bien?”, e infinitos peros y excusas, estamos desconfiando
completamente de nosotros mismos, y lo que sin dudas se materializará, serán
esas cosas hipotéticas que nos planteamos, en lugar de nuestro plan de
crecimiento personal. Así de delicado es el funcionamiento de nuestra mente y
la manifestación de la realidad, por lo cual debemos ser sumamente cuidadosos
con nuestros pensamientos y emociones.
Lleva práctica,
paciencia, amor, sabiduría, experiencia, compasión, compromiso, perseverancia y
valentía. Con los primeros resultados positivos, será tan evidente la
diferencia y lo bien que nos sentimos, que será natural cómo buscaremos para
seguir aplicando la práctica y el cuidado de los pensamientos y acciones
conscientes y positivos a todas las áreas de nuestra vida, para vivir en nuestro
mayor estado de bienestar, alineados con nuestro auténtico Ser. Namasté 🙏💖